La invitación.
Se había empeñado en llevarme a
comer al nuevo restaurante.
— Verás, es un
local nuevo que acaban de inaugurar en la esquina al lado de los multicines.
Donde antes había una papelería..
— Ya sé que
papelería dices, donde una vez me vendieron un periódico de hacía tres días.
— ¿Y no le dijiste nada, yo habría…?
.— ¿Qué no le
dije nada…? Bueno, es que verás me fui con el diario a mi cafetería habitual y
agazapado en la mesa del rincón inicié la lectura mientras el camarero me traía
el café. Cuando lo trajo, echó una ojeada al periódico y comentó.
— ¿Qué…, buenas noticias…?-no apartaba la
vista del diario-
— Pschh… las de todos los días. Nada
interesante. Es que parece el mismo siempre
— Claro, claro…
Comprobé la “primitiva de ayer”
y me llevé el sorpresón de verificar que me habían tocado 150 euros. Pagué y me
dirigí al lotero a toda velocidad. Metió el boleto en la maquinita y observé
con emoción la pantalla. Tras unos instantes apareció el letrerito: “boleto no
premiado”. Me quedé tieso e interpelé al lotero: ¡Oiga eso debe estar
equivocado, en el periódico dice que he ganado 150 euros, mire…! Entonces don
Antonio, el lotero, que es muy buena persona y tiene más paciencia que un santo,
se caló unas gafas mínimas, tomó el periódico y señalándome la fecha agregó:
¡Hombre, no compre usted periódicos atrasados, aunque sean más baratos...!
A todo esto, se había formado cola y el
cachondeo era de órdago…
— ¿Volverías a la papelería…,
no?
— Hecho una furia, pero el jefe se había ido
al médico y estaba un niño tras el mostrador. Me ha dicho mi papá que usted volvería, porque
se ha llevado un diario de ese montón que son para devolver y a lo mejor no le
gusta…
Me quedé mirándole, sin saber si
lanzar un berrido o no, y calmado contesté:
—Pues dile a tu papá que sí, que me ha gustado
y además no lo había leído. Pero como no he visto su esquela, se lo devuelvo. Y
ahora dame el de hoy…
Llegamos al nuevo restaurante.
— El local me da mosca, porque todo negocio que
montan aquí acaba cerrado.
Penetramos en
el nuevo local y un solícito camarero, algo oriental, nos acompañó a una mesa.
A poco vino el que parecía ser el encargado, boli en mano nos entregó una carta
de vinos, que parecía la lista de la lotería.
— No, tráiganos el de la casa y una Casera.
— De manjares tenemos conejo
estofado, ternera en salsa Orly, lenguado calabrés…
— Mire, tráiganos el conejo, que parece más
hispano… ¿no…?
— Para los
dos,—-agregó mi amigo.
Rematamos el almuerzo con un
helado de turrón y tras abonar la minuta,
salimos a dar un paseo para bajar la comida, en el que se produjeron
sendos eructus Magnus , que según
Hipócrates son suspiros de satisfacción.
— ¿Qué te ha parecido el menú…, aceptable
verdad?.— Bueno, lo que no sabemos
seguro es si era conejo o gato…
— Pues ahora que lo dices, últimamente no se ve
un gato por el barrio.
Mi amigo no sabía que yo era
supersticioso, bueno un poco…, y aquella salvedad se me quedó dentro y de tal
manera, que con disimulo y desde ese momento no hacía más que buscar con la
mirada algún gato, que rectificase la opinión de mi amigo.
Al regresar a casa, ya con la
tarde avanzada saludé a la portera:
—Buenas noches doña Mercedes, ¿y su gatito,
anda por ahí…?
—¡Calle, calle, que Manolo y yo tenemos un
disgusto…!
—¡No me diga que ha desaparecido…!
—No, que lo atropelló un taxi y me lo trajeron
reventadito…
Pero yo tenía que cerciorarme:
— ¿Lo
enterrarían, no…? Pobrecito.
—Pues sí, lo metimos en una caja de cartón y
lo llevamos a la Casa de Campo. Allí en la entrada, al lado de un olmo a la
derecha entierran a muchos…
—
Animalito, pues les doy mis condolencias
.
No me quedé tranquilo y me
dije: << mañana voy a comprobar las sepulturas>>
A la mañana siguiente y tras el
desayuno, en vez de decir “adios” a la familia, se me escapó un
<<Miauu…>>, que los dejó con cara de haba.
En la Casa de Campo habían
puesto un guarda al lado del olmo de marras. Pregunté el motivo y me aclararon:
— Es que últimamente hay por aquí mucho meneo,
sabe..,buscones...
Fui al mercado y me eché al bolsillo tres
sardinas que robé en la pescadería, me senté en un banco del Parque y me las
comí crudas. Perseguí entre los arbustos a una gata blanca en celo que me había
enseñado el culo y salí de allí despavorido porque un bulldog la tomó conmigo.
Me encontré a mi amigo en la cafetería, con la cara llena de arañazos sorbiendo
un tazón de leche. Los dos nos mirábamos con tristeza, decidimos que aquel
atardecer nos daríamos un paseíto por los tejados del barrio para pasar el
rato…
J.L.G.R.