El naipe coquetón.
Estaba
decidido a dejarlo. Si con un enorme derroche de voluntad había prescindido del
pernicioso vicio de fumar, si se había prometido no acudir jamás a un estadio,
para evitar enfermizas discusiones que nada bueno le reportaban. Si había
prescindido de cuanto se había propuesto, como no iba a ser capaz de dominar su
pasión por el juego de las cartas.
Pensó
que había otras muchas cosas en la vida que merecían más la pena. Las mujeres,
por ejemplo. Habían pasado por su vida como el rayo de luz por el cristal, sin
romperlo ni mancharlo. Cuando veía una película con un tema amoroso, disfrutaba
mientras lo hacían los protagonistas. Pero después ni se acordaba del asunto,
ni se le ocurría pensar por asomo que él podía ser actor de una pasión semejante. Decidió que le
dedicaría más atención al tema en cuestión y así tal vez eludiera el recuerdo
de la dichosa baraja. El caso es que no se trataba de un ávido jugador de póker
o similar, era un forofo del tute, con la simple baraja española.
Cuando
circulaba por las calles, evitaba la vista hacia los escaparates que mostraban
juegos de cartas, cuando entraba en algún bar lo hacía retiradamente de los
posibles jugadores de las mesas. Eliminó de su domicilio todos los naipes que
tenía, evitaba…, en fin la declaración de guerra era absoluta.
Tomó
por objetivo la viuda del tercero derecha, que era un jamón con chorreras y que
le dirigía, al cruzarse con él en la escalera, unas miradas de cordero
degollado que derretían a cualquiera. Un día la vio en el mercado escogiendo
zanahorias y sus miradas se cruzaron mientras ella sopesaba una de regular
tamaño, él la guiñó un ojo con intención haciendo que retirara la vista
avergonzada, pero esbozando una sonrisa. Otra vez la sorprendió en el
escaparate de una tienda de ropa íntima femenina y situándose a su lado, la
volvió a guiñar el ojo. Ella sonrió de nuevo, pero emprendió la huida.
¡Tenía
que decidirse, estaba en el bote! Y empezó a soñar con ella un día tras otro,
es más procuraba acicalarse antes de acostarse, para acudir a su sueño lo más
atractivo posible. Una vez soñó que había penetrado en su casa y se disponía a
curiosear en el cajón de su ropa íntima, las tomaba una a una y aspiraba sus perfumados
olores. Apareció en el umbral de la puerta y le preguntó si la deseaba:
.- Seré tuya, pero aguarda a que me vista de
forma apropiada para el evento.
Desapareció
tras un vestidor, mientras él aguardaba sentado a los pies de la cama. Apareció
embutida en una minifalda azulada, con una chaquetilla verde y un gracioso
gorrito rojo con dos alitas de adorno. Tomó del vestidor una especie de batidor
de béisbol apoyándolo sobre su hombro derecho y se dirigió hacía él con pasos
coquetones. Él por su parte se aprestó al combate, pero aquella imagen le
recordaba algo, fijó su vista en el centro de su pechera y entre las
protuberancias de sus senos, distinguió el emblema de Heraclio Fournier. Se
despertó de golpe y quedó sentado en la cama horrorizado.
Había
estado a punto de meterle mano a la Sota de Bastos…
El naipe coquetón.
Estaba
decidido a dejarlo. Si con un enorme derroche de voluntad había prescindido del
pernicioso vicio de fumar, si se había prometido no acudir jamás a un estadio,
para evitar enfermizas discusiones que nada bueno le reportaban. Si había
prescindido de cuanto se había propuesto, como no iba a ser capaz de dominar su
pasión por el juego de las cartas.
Pensó
que había otras muchas cosas en la vida que merecían más la pena. Las mujeres,
por ejemplo. Habían pasado por su vida como el rayo de luz por el cristal, sin
romperlo ni mancharlo. Cuando veía una película con un tema amoroso, disfrutaba
mientras lo hacían los protagonistas. Pero después ni se acordaba del asunto,
ni se le ocurría pensar por asomo que él podía ser actor de una pasión semejante. Decidió que le
dedicaría más atención al tema en cuestión y así tal vez eludiera el recuerdo
de la dichosa baraja. El caso es que no se trataba de un ávido jugador de póker
o similar, era un forofo del tute, con la simple baraja española.
Cuando
circulaba por las calles, evitaba la vista hacia los escaparates que mostraban
juegos de cartas, cuando entraba en algún bar lo hacía retiradamente de los
posibles jugadores de las mesas. Eliminó de su domicilio todos los naipes que
tenía, evitaba…, en fin la declaración de guerra era absoluta.
Tomó
por objetivo la viuda del tercero derecha, que era un jamón con chorreras y que
le dirigía, al cruzarse con él en la escalera, unas miradas de cordero
degollado que derretían a cualquiera. Un día la vio en el mercado escogiendo
zanahorias y sus miradas se cruzaron mientras ella sopesaba una de regular
tamaño, él la guiñó un ojo con intención haciendo que retirara la vista
avergonzada, pero esbozando una sonrisa. Otra vez la sorprendió en el
escaparate de una tienda de ropa íntima femenina y situándose a su lado, la
volvió a guiñar el ojo. Ella sonrió de nuevo, pero emprendió la huida.
¡Tenía
que decidirse, estaba en el bote! Y empezó a soñar con ella un día tras otro,
es más procuraba acicalarse antes de acostarse, para acudir a su sueño lo más
atractivo posible. Una vez soñó que había penetrado en su casa y se disponía a
curiosear en el cajón de su ropa íntima, las tomaba una a una y aspiraba sus perfumados
olores. Apareció en el umbral de la puerta y le preguntó si la deseaba:
.- Seré tuya, pero aguarda a que me vista de
forma apropiada para el evento.
Desapareció
tras un vestidor, mientras él aguardaba sentado a los pies de la cama. Apareció
embutida en una minifalda azulada, con una chaquetilla verde y un gracioso
gorrito rojo con dos alitas de adorno. Tomó del vestidor una especie de batidor
de béisbol apoyándolo sobre su hombro derecho y se dirigió hacía él con pasos
coquetones. Él por su parte se aprestó al combate, pero aquella imagen le
recordaba algo, fijó su vista en el centro de su pechera y entre las
protuberancias de sus senos, distinguió el emblema de Heraclio Fournier. Se
despertó de golpe y quedó sentado en la cama horrorizado.
Había
estado a punto de meterle mano a la Sota de Bastos…
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