No
alarmarse amigos lectores, no voy a referirme a la famosa obra picaresca del
afamado escritor, esa es Buscón con mayúscula, tan solo es que como nos ha
dejado el invierno, la época de la
tristeza, “Oh… les feuilles mortes sur les parcs…”, de los poetas lánguidos y
también de los recuerdos, pues me ha venido a la memoria una historieta
acaecida allá por los 50, cuando en compañía de otro adolescente vagábamos por
las instalaciones del Buen Retiro madrileño, sin otra obligación que contemplar
el estanque, los inexpertos remeros y la acumulación de la hojarasca por
doquier, como era de esperar dada la estación pasada.
Repetidas
veces habíamos observado como un hombre, un buscón, ya peinando prominentes canas, de unos
sesenta años, revolvía con su bastón los cúmulos de hojas caídas, sin duda para
dar lugar a otras renovadas en la próxima primavera, como efímeras inquilinas
de paso que se sabían. Revolvía y revolvía por doquier y a veces se echaba mano
al bolsillo del abrigo como guardando algo apreciado. Ya cansados de observar
su conducta le preguntamos en una ocasión por el motivo de sus pesquisas.
El
buen hombre nos miró fijamente esbozando una incipiente sonrisa:
—Veréis,
sois todavía muy jóvenes…, es que a veces encuentro alguna que otra lágrima, las que más suspiros de amores intensos que me
impresionan vivamente. Las lágrimas si no son de felicidad, lo aprecio por su
color, me las guardo en el bolsillo para
eliminarlas y los suspiros me producen
tan emocionantes sensaciones que luego los plasmo en mis escritos…
Entonces comprendí lo que era ser poeta…
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