Servir para servir…
Librerías de segunda mano.
A mí me gustan las librerías de
segunda mano, donde puedo encontrar un insólito libro que nunca pude leer por
falta de conocimiento u ocasión. Esas librerías de aire triste pero íntimo, con
pinta de cuevas y estanterías de equilibrio indiferente que amenazan derrumbe pero que milagrosamente
nunca se caen. Me gusta hablar con los libreros que las regentan, que saben
tanto de libros aunque no hayan leído nunca ninguno, que lucen guardapolvos con
alergia a las piletas o lavadoras y en cuyos bolsillos siempre hay algún lápiz
y acaso alguna colilla. Que te relatan anécdotas de Benavente, de Gómez de la
Serna o de Valle Inclán como si fueran de la familia, que si te ven indeciso se
deciden a aconsejarte la lectura de un viejo tomo de Sopena añadiendo:
—Hay que leer bien, esto es canela fina…
No conoces al autor, ni falta que
hace, te lo ha recomendado el librero, el técnico, seguro que vale la pena.
Estas librerías van desapareciendo y
sabe usted el motivo, pues se trata de que una vez leídos nadie los hace
circular, si les han gustado pasan a un triste estante domiciliario como si
fueran estatuas y si no mueren en cualquier
rincón y cuando se ponen amarillentos acaban en la basura.
Si entras en un anticuario, aparte de
que los precios son de no te menees, los primero que te dice es:”¿Qué busca
usted…?”. Si fueras sincero dirías: ” pues, revolver… ”, pero no te atreves. Y
es que el jodido los tiene reflejados en el ordenador. ¡Tamaña falta de
humanidad libreril…!. Además los pobres libros están en otro piso… ¡Cómo no
pueden gritar…!
Yo reivindico las librerías de viejo, las estanterías inestables, los ancianos libreros, los guardapolvos y
hasta los desperdicios embolsillados..
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