Mi barrio.
Casi
sin querer he percibido una conversación, en la mesa vecina de la cafetería que
frecuento, que me ha hecho pensar sobre su grado de certeza. Intentaré
describir lo mejor posible los comentarios escuchados.
·
Decía uno de ellos:
―A mí esto
de las nacionalidades, de las regiones, de las provincias, etc., que hacen a
muchos sacar pecho y provocan la consiguiente discusión comparativa, así como
el afán desmedido de exaltar la propia idiosincrasia, con el evidente fin de
ponerla un peldaño superior a las ajenas, me parece ridículo. Es más creo que
lo verdaderamente importante es el concepto de barrio.
—¿Cómo de
barrio…? explícate…
―Verás, a
mí lo importante, lo que me interesa es mi hábitat, la zona en que vivo, el
ambiente que me rodea. Y para definirlo, no hay nada más sencillo que la
palabra barrio. No importa donde se haya nacido, o vivido largo tiempo sin
llegar a echar raíces, lo que importa es lo que te rodea habitualmente, lo que
respiras a diario y eso es mi barrio.
―Bien, pero
el concepto barrio es un término poco…, digamos técnico. Así de pronto, parece
referirse a unas manzanas de viviendas, más o menos definidas, que forman un
núcleo y cuyas agrupaciones dan lugar a las ciudades, entonces…
— Te equivocas, verás, mi barrio empieza
en mi casa, en mi familia, en mis amigos
presentes o ausentes, en los vecinos que saludo a diario al cruzármelos, en la
escalera o en la calle.
El barrio
no está compuesto solo por casas. Mi barrio es la cafetería en la que tomó un
cortadito todos los días, es el puesto de periódicos que visito, es la
vendedora del cupón de ciegos a quien a veces me dirijo. Mi barrio es el corto
camino que me conduce a la cercana playa, e incluso su Avenida, que por su
amplitud también pertenece a otros barrios.
Mi barrio
son las palmeras, algunas algo decrépitas, que pueblan las calles adyacentes,
es el olor que desprende el pan caliente del horno cercano. También es mi
barrio, ese extranjero que se sienta en un banco frente al supermercado,
accionando un acordeón de aires tristones y solicitando una ayuda, el perro perteneciente a cierto
paseante, con el que a veces me cruzo y nunca me saluda y que por cierto me
mira con aire de desconfianza (conocerá que platico contra los depósitos caninos).
Mi
barrio es el supermercado, que cada día cambia los anuncios de sus ofertas. Es
la tienda de todo un poco, que a veces recorro sin fin alguno.
Mi
barrio es la humedad ambiental en los días de calima y ese fresquito que
circula en los atardeceres en primavera. También mi barrio son esos bancos que
se me ofrecen, y utilizo a veces, para alivio de las articulaciones y el
estanco de las quinielas donde la ilusión se estrella tantas y tantas veces.
En
fin mi barrio son muchas cosas, supongo que como el de cada uno, y que
constituyen mi vagar diario. El barrio no tiene dimensiones, puedes extenderlo
hasta donde tu necesidad de campo vital precise, admite cambios de decoración y
de personajes. No es un territorio cerrado. Amigo mío, el barrio es lo
verdaderamente importante para cualquiera de nosotros.
No
hace falta ponerle un nombre, da igual. Cuando alguien requiere mi origen, yo
contesto simplemente:
“Yo
soy de mi barrio, y en cuanto a mi patria, con toda certeza, mi patria empieza
en mi barrio, es mi infancia, mi barrio ampliado…y muchas cosas más.”
Bien,
pues creo que me adhiero plenamente a este comentario.
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