El tren.
Hace muchos
años, bastantes, una distración para los
niños capitalinos era llevarlos a la Estación a ver los trenes. Se pagaba el
llamado billete de andén de precio
mínimo y sentados en un banco corrido del fondo de la estación, nos afanábamos
por ver las llegadas y salidas de los trenes y el follón en los andenes, entre
recibimientos y despedidas.
Cierto Enero me
hicieron creer que unos señores con muchas maletas eran los Reyes Magos con los
juguetes, que al día siguiente desfilarían por la ciudad y por supuesto que me
lo tragué.
Aquella noche aprendí
a soñar.
No se me ocurrió preguntar por los camellos…
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