JUGANDO CON LA MEMORIA.
(Al recuerdo de aquellos que compartieron mi juventud)
Acabo de
saludar a un viejo compañero de colegio, M… se llama, creo, y hemos
intercambiado recuerdos de aquellos tiempos en el Colegio Arenas de la capital
Grancanaria, entonces le llamaban Colegio de don Antonio, gran docente por cierto,
en el barrio de Alcaravaneras. Hemos tratado de recordar nombres y domicilios
con éxito mediocre, téngase en cuenta que se trata del año 48 o por ahí, cuando
los carritos amarillos de helados circulaban por la ciudad.
De algunos sabemos de su viaje al otro barrio,
de otros que desaparecieron de la isla sin más, posiblemente y como por
entonces muchos tenían familia en Venezuela y en el Caribe se fueron a hacerles
compañía, ya que el país no andaba muy boyante que digamos. En concreto no pudimos
localizar a nadie, aunque nos hubiera gustado reunirnos y rememorar viejas
batallas. ¡Qué habrá sido de Margot, Maximiliano, Dolores, Carlos Marrero
etc….? Tras la despedida de mi colega, invadieron mi memoria recuerdos de
aquellos tiempos, principio de mi estancia en las Islas. Nuestro primer
aposento fue en la Calle Fontana de Oro, hoy Senador Castillo Olivares, en una
casa alquilada de planta baja. Al regresar del colegio, mi nunca olvidado
colegio de don Antonio y doña Lucía, cuya fría mirada bajo las gafas te hacía
temblar. Como estaba reciente mi
aprendizaje del ajedrez, merced a la bondad y paciencia de mi buen hermano, me
dedicaba por las tardes a practicar con Alfonsito, que vivía en la casa de
enfrente, la correspondiente partida en la escalera de su casa.
Los resultados eran compartidos repartiéndonos
los triunfos y las derrotas con total cordialidad, hasta que un día se le
ocurrió comentar al bueno de Alfonsito que su hermano, tres años mayor, jugaba
mejor que nosotros. Yo le contesté que le avisara para medirse conmigo. El
match fue duro, pero le gané y a su término se levantó, me dio una cachetada
sin más y se marchó.
Yo, inferior en tamaño, masa corporal y desconcertado,
tan solo acerté a murmurar: “hay que saber perder, abusón…”
No comenté con
nadie el hecho y me quedé con la torta, pero lo que realmente me dolió fue que
Alfonsito, sin duda avergonzado, no volvió a acudir a nuestros encuentros. Él y
su tablero desaparecieron de mi vida privándome del entretenimiento y de su
amistad, a pesar de que le esperé varios días. Esto me entristeció. Al poco
tiempo mudamos nuestro domicilio a la Ciudad Jardín.
Otra anécdota
que recuerdo fue en mi nuevo domicilio en el famoso y ya desaparecido Hotel
Bellavista. Cruzando León y Castillo y bajando General Goded, a través de una
escalera de piedra semi-partida, ya teníamos el mar a mano.
Una tarde fui
con mis amigos Diego M y Luis N. a las rocas, con marea baja, a intentar pescar
algo, enarbolando mi caña recién comprada. El caso es que me introduje
demasiado, al parecer, y cuando horas más tarde intenté regresar bajando de la
roca, no encontré ninguna vía peatonal y tuve que regresar nadando, lo poco que
sabía, y en el mar se quedaron los artilugios de pesca incluyendo la caña y una
lata con tres pescaditos algo esmirriados…
Total: profesión rechazada.
Es curioso
que a medida que almacenamos primaveras y al llegar estas a adquirir cierto
valor cuantitativo, la memoria hace de las suyas y recuerdas detalles de hace
más de 60 años y sin embargo no tienes idea de lo que comiste ayer…
Aprovechando
tal circunstancia relato otro caso de la época.
Existía un solar abandonado en plena Ciudad Jardín al
que llamábamos el campo de la Bruja que, una vez despojado de pedruscos y
alguna que otra tunera, servía de base para desarrollar un partido de futbol
entre nuestro barrio y otro vecino. Un día al ir a tomar posesión del terreno
nos sorprendió que en su acceso un letrero explicaba “PROPIEDAD PRIVADA, NO
ENTRAR”. Nos dijimos que ahora era privado, después de haberlo limpiado
nosotros de escombros un montón de veces. Por lo tanto hicimos caso omiso del
anuncio y seguimos utilizándolo. Pero transcurridos unos días y en pleno
desarrollo del encuentro, se nos pusieron los ojos como platos al observar que
dos guardias municipales, con los brazos cruzados, contemplaban con sorna el
partido…
Ni que decir
tiene que se tocó a desbandada, cada uno salió disparado por donde pudo, hasta
tal punto que el balón medio pichado se quedó abandonado a su suerte… Lo bueno fue
que los agentes ni se inmutaron, limitándose a contemplar la fuga masiva, pero
el susto no nos lo quitó nadie…
Cuando cumplí
los 14 regresé a mi tierra para años después establecerme definitivamente aquí.
Recorrí la calle Fontana de Oro pero le habían cambiado el nombre (Ay Galdós,
Galdós… ¡que frágil es la memoria…!) El cobertizo donde se alojaba la vaca cuya
leche merendábamos con gofio, había desaparecido y nadie me dio razón de
Alfonsito. El mar ya no llegaba al final de la calle General Goded, lo habían
alejado bastante, en pro del progreso. En el campo de la Bruja fabricaron al
menos tres viviendas y por más que busqué el balón no pude encontrarlo…
Pero yo me sentí satisfecho
y emocionado de mis recuerdos, rellenando así modestamente un trocito de la historia
de esta isla, que también considero como mía, compartiendo la tierra original.
Los Piscis
somos así-….
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