sábado, 14 de julio de 2018

Jugando cpn la memoria


               JUGANDO   CON   LA  MEMORIA.



       (Al recuerdo de aquellos que compartieron mi juventud) 



 Acabo de saludar a un viejo compañero de colegio, M… se llama, creo, y hemos intercambiado recuerdos de aquellos tiempos en el Colegio Arenas de la capital Grancanaria, entonces le llamaban Colegio de don Antonio, gran docente por cierto, en el barrio de Alcaravaneras. Hemos tratado de recordar nombres y domicilios con éxito mediocre, téngase en cuenta que se trata del año 48 o por ahí, cuando los carritos amarillos de helados circulaban por la ciudad.



  De algunos sabemos de su viaje al otro barrio, de otros que desaparecieron de la isla sin más, posiblemente y como por entonces muchos tenían familia en Venezuela y en el Caribe se fueron a hacerles compañía, ya que el país no andaba muy boyante que digamos. En concreto no pudimos localizar a nadie, aunque nos hubiera gustado reunirnos y rememorar viejas batallas. ¡Qué habrá sido de Margot, Maximiliano, Dolores, Carlos Marrero etc….? Tras la despedida de mi colega, invadieron mi memoria recuerdos de aquellos tiempos, principio de mi estancia en las Islas. Nuestro primer aposento fue en la Calle Fontana de Oro, hoy Senador Castillo Olivares, en una casa alquilada de planta baja. Al regresar del colegio, mi nunca olvidado colegio de don Antonio y doña Lucía, cuya fría mirada bajo las gafas te hacía temblar.  Como estaba reciente mi aprendizaje del ajedrez, merced a la bondad y paciencia de mi buen hermano, me dedicaba por las tardes a practicar con Alfonsito, que vivía en la casa de enfrente, la correspondiente partida en la escalera de su casa.

  Los resultados eran compartidos repartiéndonos los triunfos y las derrotas con total cordialidad, hasta que un día se le ocurrió comentar al bueno de Alfonsito que su hermano, tres años mayor, jugaba mejor que nosotros. Yo le contesté que le avisara para medirse conmigo. El match fue duro, pero le gané y a su término se levantó, me dio una cachetada sin más y se marchó.

Yo, inferior en tamaño, masa corporal y desconcertado, tan solo acerté a murmurar: “hay que saber perder, abusón…”

  No comenté con nadie el hecho y me quedé con la torta, pero lo que realmente me dolió fue que Alfonsito, sin duda avergonzado, no volvió a acudir a nuestros encuentros. Él y su tablero desaparecieron de mi vida privándome del entretenimiento y de su amistad, a pesar de que le esperé varios días. Esto me entristeció. Al poco tiempo mudamos nuestro domicilio a la Ciudad Jardín.

  Otra anécdota que recuerdo fue en mi nuevo domicilio en el famoso y ya desaparecido Hotel Bellavista. Cruzando León y Castillo y bajando General Goded, a través de una escalera de piedra semi-partida, ya teníamos el mar a mano.

   Una tarde fui con mis amigos Diego M y Luis N. a las rocas, con marea baja, a intentar pescar algo, enarbolando mi caña recién comprada. El caso es que me introduje demasiado, al parecer, y cuando horas más tarde intenté regresar bajando de la roca, no encontré ninguna vía peatonal y tuve que regresar nadando, lo poco que sabía, y en el mar se quedaron los artilugios de pesca incluyendo la caña y una lata con tres pescaditos algo esmirriados…  Total: profesión rechazada.

   Es curioso que a medida que almacenamos primaveras y al llegar estas a adquirir cierto valor cuantitativo, la memoria hace de las suyas y recuerdas detalles de hace más de 60 años y sin embargo no tienes idea de lo que comiste ayer…

   Aprovechando tal circunstancia relato otro caso de la época.

Existía un solar abandonado en plena Ciudad Jardín al que llamábamos el campo de la Bruja que, una vez despojado de pedruscos y alguna que otra tunera, servía de base para desarrollar un partido de futbol entre nuestro barrio y otro vecino. Un día al ir a tomar posesión del terreno nos sorprendió que en su acceso un letrero explicaba “PROPIEDAD PRIVADA, NO ENTRAR”. Nos dijimos que ahora era privado, después de haberlo limpiado nosotros de escombros un montón de veces. Por lo tanto hicimos caso omiso del anuncio y seguimos utilizándolo. Pero transcurridos unos días y en pleno desarrollo del encuentro, se nos pusieron los ojos como platos al observar que dos guardias municipales, con los brazos cruzados, contemplaban con sorna el partido…

   Ni que decir tiene que se tocó a desbandada, cada uno salió disparado por donde pudo, hasta tal punto que el balón medio pichado se quedó abandonado a su suerte… Lo bueno fue que los agentes ni se inmutaron, limitándose a contemplar la fuga masiva, pero el susto no nos lo quitó nadie…

   Cuando cumplí los 14 regresé a mi tierra para años después establecerme definitivamente aquí. Recorrí la calle Fontana de Oro pero le habían cambiado el nombre (Ay Galdós, Galdós… ¡que frágil es la memoria…!) El cobertizo donde se alojaba la vaca cuya leche merendábamos con gofio, había desaparecido y nadie me dio razón de Alfonsito. El mar ya no llegaba al final de la calle General Goded, lo habían alejado bastante, en pro del progreso. En el campo de la Bruja fabricaron al menos tres viviendas y por más que busqué el balón no pude encontrarlo…

                       Pero yo me sentí satisfecho y emocionado de mis recuerdos, rellenando así modestamente un trocito de la historia de esta isla, que también considero como mía, compartiendo la tierra original.  

  Los Piscis somos así-….





                       
















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