martes, 9 de agosto de 2011
Mecánica.
Mecánica romántica.
No me lo decía claramente, pero me lo insinuaba. Cuando marchábamos alegremente por la calzada, embebidos por la belleza de la Avenida, contemplando de reojo la alegría del muelle deportivo, el cimbreo elegante, merced a la brisa, de la cúpula de las palmeras y respirábamos el aire cargado de bruma marina. Cuando en nuestro alegre trotar todo era fácil y acompasado y las notas de una desconocida emisora ponían una suave melodía como fondo, lo percibí. La primera vez fue un imperceptible quejido, como un tropiezo respiratorio, un apercibimiento de malestar. Como estoy acostumbrado al suave ritmo de tus latidos, algo encendió en mi atención la luz de alerta. Eliminé el sonido de la emisora y cambié de ruta, eligiendo otra más pendiente que pusiera en evidencia tu malestar. Entonces comprobé que algo no iba bien, que no respondías con presteza a mis demandas de energía, que te quejabas una y otra vez. Con certeza estabas padeciendo.
Te hice detener y poniendo al descubierto tu corazón, el generador de tu fortaleza, comprobé que sus latidos no eran uniformes, ni lo acompasados que debieran, pero la tarde ya caía y visualmente nada anormal pude apreciar.
Sin forzarte y algo tranquilizado al verificar que tu temperatura no era excesiva, te conduje al lugar de tu habitual reposo y te dejé descansar hasta el nuevo día.
Dormí mal aquella noche, ¿qué podría haberte sucedido? Veterano ya eras un rato y bien es verdad que todo tiene un límite, pero así…, de repente, después de tantos años. Veintitantos, creo. Alguien opina que ya debo relevarte, que ya está bien…, pero mi parecer, de natural algo conservador y romántico, se resiste al trueque. No todo lo antiguo es viejo y tus servicios prestados han dejado huella en mi conciencia, y el solo hecho de imaginar tal posibilidad me deja un sabor amargo. Al día siguiente te llevé a tu médico, un buen y modesto doctor en tus achaques, que sin dudarlo diagnosticó tu mal. Se limitó a la permuta de unas cuantas cosas y repasar con mimo tus partes vitales, y sobretodo procedió al cambio de quien vigila y mantiene tu temperatura ideal, quien da alegría a tus circuitos. Junto a ella dieron su adiós otras menudencias canjeables.
Hoy hemos vuelto a trotar de nuevo y hasta me ha parecido que la brisa es más agradable, que las palmeras se cimbrean con más alegría y que la sintonía conectada está acompañada de un alegre repiqueteo, muy, pero que muy parecido a una risa desbocada. Seguramente es tu corazón agradecido, que aprecia mi atención y algo me dice que dispone de una enorme voluntad de correspondencia.
Por eso se me ha ocurrido pensar, que existen conjuntos inanimados que son como niños…
PD: A mi modesto R-5 ¿¿¿¿- AH, con el afecto debido.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario