miércoles, 17 de agosto de 2011

El pedo de Cervantes










El pedo de Cervantes

Aclárese por adelantado que el evento que a continuación se relata ha sido casi real, con matices, aunque nada tiene que ver con Don Miguel, que también los produciría, sino por haber acontecido en la calle de su ilustre nombre.
Bien, pues encontrábame yo paseando por los Madriles en compañía de mi media naranja y dos matrimonios amigos, tras haber ingerido una suculenta paella, creo fue un sábado sobre las cuatro de la tarde, cuando pasamos por la puerta de la iglesia del Cristo de Medinaceli que estaba entornada. No sé por qué se quedaron retrasados, sin duda husmeando el interior de la instancia, y yo doblé la esquina de la calle Cervantes y me entretuve ante un escaparate en el que se mostraban objetos religiosos, estampas, rosarios, escapularios, etc…, al objeto de que me alcanzaran en su camino, ya que nos dirigíamos al Paseo de Prado.
En esto que dos matrimonios, sin duda procedentes del agro a juzgar por su aspecto, ellos algo rechonchos, boinas, coloradotes, palillos entre los dientes, etc…, y ellas con permanentes semirojizas a lo old-fashion y paseando en jarras a lo Mari-Pepa, se detuvieron a mi altura para observar el escaparate. Y entonces tuvo lugar el evento…
A diferencia del rayo que precede al trueno, aquí el sonido precedió al olor. Un tímido pero prolongado pedo, bufo o descarga por retaguardia surcó los aires de mi entorno y tras el mismo un inenarrable olor, mezcla de morcilla, alcantarillado y queso podrido, se ciñó sobre mi nariz sin aviso alguno. Yo percibí un escozor de garganta notable, así como un lagrimeo incipiente en mis asombradas pupilas, sentí que palidecía y el pulso creo se me aceleró. También noté que me puse algo amarillo y medio atontado, creo que era una especie de cuesco abadiense y paralizante.
Los anteriormente citados agropecuarios prosiguieron su ruta, sin mirar siquiera si habían dejado heridos, y uno de ellos se quitó la boina rascándose le cabeza, mirando hacia atrás con disimulo. Para mi que fue el autor de la gracia, porque el jodido tenía una cara de satisfacción que no veas…Seguramente habían ingerido un cocido o una fabada en algún comedor de menú a 7 euros, y en su digestivo paseo dijeron “Ancha es Castilla”, zas… y se libraron de los gases acumulados por retabufa.
Yo no sabía si pedir agua por señas o salir corriendo hasta Cibeles para meter la cabeza en la fuente y quedarme a vivir entre las leonas, pero a duras penas y casi sin energías llegué penosamente hasta un banco del Paseo del Prado, donde me repuse tomando el oxígeno necesario y esperé la llegada de la comitiva.
Al relatarles lo acontecido se partían de risa, creían que era exagerado, ¡¡si, si…!! ganas tenía de buscar al sujeto y decirle que lo patentara como anestesia.
Don Hilarión, aquel de la verbena, no por antiguo menos sabio, decía que “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad…”, pues bien, no sé como no hay en el mercado unos calzoncillos especiales, para imponérselos por decreto-ley a tales sujetos obligatoriamente, una vez detectada esta afición. Tales accesorios deberían ir dotados de unos dispositivos electrónicos que al percibir el sonido y olor producido en situaciones de fuga voluntaria, transformaran a los respectivos en estribillos musicales y aromas de flores diversas y acordes con el producto generador del escape. Así por ejemplo al percibir un pasodoble con olor a claveles, o al reconocer los tonos de “Asturias patria querida “, dedujéramos que el protagonista se había puesto morado de gazpacho andaluz, o fabada respectivamente. Además sería agradable y muy entretenido, se podrían incluso hacer apuestas.

En fin se trata de quitarle hierro a la cosa…Nada tiene pues que ver el titular de la calle con el sonoro y oloroso acontecimiento, que también los fabricaría similares, pero de otro siglo. Es posible que en lo sucesivo perciba otra gracia similar, pero yo creo que ninguna podrá igualar al famoso pedo de Cervantes.







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