Odisea periodística.
Bueno, acabo de aterrizar en la cafetería. Acudo con frecuencia, a eso de las doce y algo, a la misma cafetería anexa a un hotel. Vengo aquí porque dispone de una aceptable variedad de prensa, de forma que mientras saboreo el acostumbrado cortadito mañanero, puedo ojear un par de periódicos, uno local y otro de índole nacional. De esta forma creo encontrarme al cabo de la calle, en cuanto a noticias se refiere. Pero hoy estaban todas las mesas ocupadas así como la prensa, por lo que he optado por sentarme en un taburete de la barra y solicitar mi consumición diaria, consistente en el citado cortado y un buen vaso de agua fresca, esta última para desatascar cañerías, que con motivo de estas Fiestas andan algo atoradillas.
De reojo observaba las mesas en atención a una posible liberación.
Tras unos diez minutos, un caballero se levantó para propiciar la retirada de la silla de su dama acompañante, a la par que dejaba un periódico en el estante al objeto.
Raudo me he desprendido de mi asiento y taza en mano he ocupado la mesa vacante, pero cuando fui a tomar el diario me vi sorprendido por una penetración sprintada (esto no se si me lo pasará la Academia…) por la banda, de un sujeto que se apoderó del artículo en cuestión, dejándome con dos palmos de narices.
Total que vuelta a la mesa y me pongo a revisar la cartera para matar el tiempo.
El sprinter de vez en cuando levanta la vista del diario y me dirige una sonrisa, no se si guasona.
Pasa un buen rato y lanzo una mirada desafiadora a la mesa contigua en la que un matrimonio tiene en su poder un periódico cada uno…¡No hay derecho…!
De pronto deciden levantarse y cierran los diarios posándolos sobre la mesa. Casi sin dejarles respirar echo mano a uno de ellos y mediante un “¡con permiso…!” procedo a incautarlo.
Pero en esto que el caballero musita: “Es que nos marchamos…” y le respondo:
“Pues por eso…”, “Si, pero es que es mio”. Quedo azorado, lo suelto y con un disimulado “Perdone…” me retiro a mi mesa con el rabo entre las piernas, dispuesto a apurar el café y salir pitando.
En esto varias mesas se desocupan y una tanda de periódicos ocupan su plaza en el estante, no obstante mi dignidad me impide acudir al mismo y lanzando una mirada a mi reloj de pulsera, esbozo un gesto de resignación, como diciéndome: “es algo tarde…”, y me dirijo a la puerta procediendo a su apertura. Pero antes de salir me doy cuenta de que no he pagado y retorno al mostrador para hacerlo.
El sprinter, que todavía estaba dentro, también se levanta para irse y me ofrece el periódico con una sonrisa. Cortésmente le doy las gracias, me dirijo al estante y lo deposito cuidadosamente en el mismo, junto a los otros.
Después y puertas afuera muy dignamente, emprendo mi paseo habitual, pensando haber realizado lo correcto. Bueno, al final resulta que no he leído la prensa y me parece que he hecho algo el canelo…
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