Relojes. (tema nada profundo,
pero no doy para más..)
En
esta más que triste tarde de Marzo, y eso que dicen ha empezado la primavera,
de cielo grisáceo y feo se me ha ocurrido observar los cuentamomentos, es decir
la variedad de relojes que en el salón de mi casa tengo a mi disposición. En
primer lugar el que está colgado en una pared, imitación de los antiguos con
sus contrapesos colgantes, que no hay forma de que deje de adelantar o retrasar
según gire en un sentido u otro una tuerca ubicada en el péndulo. No hay forma
de que el jodido aparato trabaje con exactitud y como me tiene harto…, he
optado por ponerlo en hora con frecuencia y que me sirva solo de adorno. Luego
está otro en el aparador, incrustado en una figura de porcelana, este más o
menos cumple con su trabajo pero como me pilla un poco de lado, lo consulto
raramente. El rey es el digital, con números bien visibles situado bajo la
televisión, el más consultado que muestra asimismo fecha y temperatura, también
es el inquilino más reciente. Por último mi reloj de muñeca, un modesto y
rectangular Viceroy, ya algo veterano, pero que funciona como un clavo. En el
cajón de mi mesilla de noche se albergan otros varios, adquiridos en tienda de
saldos de la materia de la calle Bravo Murillo de Madrid, que por su aspecto llamativo a veces me
encaprichan, pero de dudosa calidad.
Esto
me hace recordar la historia de mi primer reloj.
Tendría
yo unos 16 años o por ahí. Me examiné por libre de la Reválida del Bachiller,
estaba interno en la Escuela de Carabanchel, obteniendo el título ansiado. Mi
madre se puso muy contenta y me llevó a una relojería de la calle del Carmen,
recuerdo que era un primer piso, y eligió un Certina que me ilusionó
notablemente. Lo conservé muchos años, era de cuerda obviamente, y no recuerdo
que fue de él.
Pero
los que a mí me gustaban eran aquellos antiguos de cuco, en los que el sonido
de la hora era acompañado, a veces, con la aparición del pajarillo. Algunos, prodigiosamente
diseñados eran sumamente simpáticos, y uno,
en su tierna mocedad, no podía evitar
una sonrisa de complicidad ante su inesperado cacareo.
En el
Palacio Real existe una sala dedicada a los relojes, los hay bellísimos y
sofisticados y más de un rey prefirió entretenerse con ellos a los sórdidos
asuntos de Estado.
J.L.G.R.
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