viernes, 15 de enero de 2016
Sobre cuentos
¡Qué bonitos eran los cuentos...! pero no me estoy refiriendo a los publicados en tebeos o libros específicos que también tenían verdadero interés, me estoy refiriendo a los cuentos relatados por nuestros mayores, padres, abuelos, etc., aquellos cuentos que, generalmente inventados, brotaban de sus labios con la intención de acompañar a los niños en las últimas horas del día, ayudarles a coger el sueño y la intención de que se sumergieran en un mundo de ilusión, distinto del disfrutado durante el día. Un mundo inventado, con personajes inventados y situaciones maravillosas para que así tuvieran el más feliz de los sueños. Yo imagino la escena en que el abuelo, enfundado en su batín marrón estaba sentado entre dos pequeñas camas. En ellas y surgiendo del embozo de las sábanas, podían verse las caritas ilusionadas de un niño de cabellos rizados a su derecha y una niña rubia de pálida faz a su izquierda. El momento era importante y esperado para ellos, habían penetrado rápidamente entre las sábanas con la ilusión en sus mentes, era la hora de los cuentos. La hora en que el abuelo cansado o no, con ganas o sin ellas, comenzaba a relatar a los niños los esperados cuentos. Como era natural y una vez agotado el repertorio de los cuentos clásicos, casi todos tenía que inventarlos sobre la marcha. El primero tenía que protagonizarlo alguna princesa, que por supuesto era bellísima, pero que estaba triste por algún motivo, esta causa desaparecía a lo largo del cuento y al final sonreía y gritaba plena de felicidad, casi siempre un príncipe muy bueno era quien devolvía la alegría a la princesa, bien matando a la bruja, salvándola del dragón y por supuesto casándose con ella. Eran los cuentos que a la dulce Betty le encantaban. Después venía el cuento para Carlitos. Este era algo más complicado pues tenía que incluir coches que corrían mucho, animales fabulosos ó batallas entre buenos y malos. El niño era algo más exigente y obligaba a su abuelo a exprimir su inventiva, pero él lo hacía como si le fuera la vida en ello y sin apartar la vista de la cara del niño para apreciar su interés. Cuando los ojos de los niños comenzaban a caer abatidos por el sueño incipiente, el abuelo esbozaba una sonrisa de autocomplacencia. Había cumplido su misión, los niños ya dormían soñando tal vez con hadas, princesas, o países de ensueño. Pero aquella noche el abuelo rendido, se recostó al lado del niño, tras subirle el embozo de la sábana y cerró los ojos agotado. Un hermoso cuarto creciente lunar se filtraba a través de las cortinas de la habitación en penumbra y dos ángeles etéreos, de esos que atraviesan muros y cristales fueron a posarse junto al trío durmiente. Uno de ellos con sedosos dedos acariciaba las mejillas de los niños y el otro tejió con habilidad una corona de laurel y la depositó sobre las nevadas sienes del anciano, que esta vez también comenzó a soñar con el paraíso. Eran los cuentos…., los bellos cuentos que escuchamos de pequeños y que a la vez relatábamos a nuestros hijos o nietos, tradición que ya escasamente se prodiga. ¡Díganme Vds. si hay algo más hermoso, si algo produce más ternura, que mientras le cuentas un cuento a un niño, el ver como poco a poco se le van cerrando los ojitos…!
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