La sirena de interrupción del trabajo lanzó
su bramido a los aires y Manolo salió disparado hacia los aseos y vestuario. De
repente la cara se le iluminó de alegría. Recordaba que hoy era el día del
derby, el partido de futbol entre su equipo favorito y su eterno rival y como
quiera que era televisado, podría verlo cómodamente en su domicilio, aposentado
en su sillón favorito, con un buen cubata a mano y unos pistachos de
acompañantes.
Miró su reloj de pulsera, todavía faltaba
media hora y vivía a diez minutos de donde se encontraba, recordó que no tenía
pistachos y se introdujo en el súper del barrio, adquiriendo una bolsa de
tamaño respetable.
Subió las escaleras de su casa de dos en dos
y como un bólido penetró en el cuarto de estar, encendió la televisión, acomodó
su sillón, preparó su cubata y esparció los pistachos en un plato. Todo estaba
preparado.
Por suerte no había nadie en casa y podría
disfrutar del encuentro sin molestias.
Ya acomodado presenció la salida de los
equipos y el sorteo de campos. En ese momento sonó el timbre de la puerta y
Manuel salió disparado a abrir, era su mujer regresando del supermercado,
apareció cargada de bolsas.
—
Manolo, échame una mano, he dejado cuatro bolsas en el portal porque no
puedo con todo, haz el favor de subírmelas.
Ya empezamos a xoder pensó para sí.
—
Enseguida, cariño —Y se tiró, más
que bajó, escaleras abajo, con tan mala suerte que en el último tramo notó algo
así como un tirón en la pierna izquierda, al que de momento no dio importancia.
Depositadas las bolsas en la cocina, se
encaminó a su trono, dio un sorbo al brebaje y se concentró en el derby.
No llevaba
diez minutos sentado cuando nuevamente surgió otro aviso.
Sonó el
teléfono en el pasillo y pensó <<¿a qué es para mi,..leche..?
—
Manolo te llaman por teléfono— se levantó con presteza y notó otra vez
el tirón con algo más de intensidad. Se trataba al parecer, de un antiguo
amigo.
— Manolo, Manolete, ¿qué es de tu vida, a qué no me conoces chavalín?....
— Pues así de golpe, la verdad no…
— Soy Ricardo, el de los Donuts…
— ¿Cómo de los Donuts?, no caigo..
— El
que se sentaba a tu lado en el cole y siempre estaba comiendo Donuts. ¿No te
acuerdas…?
— ¡Claro hombre, claro! — ¡hay que joderse
el de los Donuts, a la hora del partido! — ¿y cómo te va hombre— la pierna
seguía jodiendo…-
— Pues tirando, ya sabes que me separé y…
— Pero si no
sabía que te habías casado, ¿cómo coño voy a saber que estás separado?...
— Es
verdad, pues como te decía…
—
Perdona un momento, llaman a la puerta.
Corriendo y
con el tirón jodiendo todavía más, fue al cuarto de estar a ver cómo iba el
derby. A su equipo le habían expulsado dos jugadores y seguía empatado a cero.
En ese momento llegó su hijo con un amigo.
Volvió al
teléfono.
— ¿Cómo
decías...?
— Pues
eso que vivo sólo, bueno no tan sólo tengo un liguete por etapas para ir
tirando, ¿oye, a ti te gustaba mucho el futbol, no…?
— Pues
sí, precisamente…
— Un día de estos es el derby,
yo a veces lo veo por ahí, tengo la tele estropeada sabes.
— Mira el derby es hoy y si no
te importa voy a ver si puedo ver algo, ya nos veremos otro día…
— Natural hombre, ya nos veremos. -- Y colgó.
En el cuarto de estar estaban cómodamente repanchingados Manolín con
su amiguete, del cubata y los pistachos no quedaba ni rastro y el partido
estaba en el descanso.
— ¡Ánimo papi, tu equipo sólo
pierde por dos a cero y está con nueve...!
¡Claro no le apoyas...!
¡Será cabroncete el nene!,
claro ha salido a mi suegra que no me puede ver. Cojeaba ostensiblemente pero no se lo pensó
dos veces, cogió la chaqueta y un paraguas para apoyarse y abrió la puerta de
la calle, al salir su mujer le dijo desde el pasillo.
— ¿Pero dónde vas a estas horas
Lolo, y cojeando?.
— ¡Qué no me llames Lolo, eso
es cosa de tu madre! Me voy a ver el partido si puedo al bar, y no cojeo, es un
baile nuevo. Me voy a tomar cuatro cubatas seguidos y medio kilo de pistachos y
como esto no se arregle, no va a quedar un limpiaparabrisas sano en el barrio.
Al entrar en el bar y tras
echar una ojeada comprobó que estaba lleno, se apoyó en la barra desde donde, y
entre cabezas, podía vislumbrar algo de la pantalla. Pero al cabo de un rato su
vecino de barra se le quedó mirando y de repente exclamó:
— ¡Coño Manolo qué sorpresa, verte tan pronto,
soy Ricardo, Ricardete...!
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