jueves, 24 de octubre de 2024

Un verano filosófico

 Ahora que he tenido que suspender un viaje a mi anhelado Madrid, me ha venido 

a la mente un verano peculiar en el año 1950. Cursaba yo por entonces el cuarto

curso de bachillerato, aquel bachillerato con Latín o Griego y Filosofía, las tres a 

cual más antipática, y como siempre había adquirido mi texto de Filosofía en la 

librería de doña Pepita, donde se vendían y compraban por los estudiantes los libros 

de segunda mano a finales y principios de curso. Me presente a examen con programa

en mano del texto Lógica, Psicología y Ética y al empezar mi discurso sobre el tema

elegido me interrumpió el examinador requiriendo mi programa. Resulta que no servía

pues habían cambiado por los Sistemas Filosóficos, en aquella época era normal no

  cambiar de un curso para otro. Total que me pasé el verano con unas papeletas de los

 variados sistemas en el Retiro memorizándolas y sudando dale que te pego.

En mi vuelta a los tribunales diserté sobre Kant de tal manera que, por la cara que puso el 

profe, deduje que ignoraba diversas vicisitudes.

Por supuesto obtuve un NUEVE como una casa, pero lo había sudado mirando a las

 barcas. Esto me pasaba por estudiar por libre y querer ahorrar. 

                                               J. L.G. R. 


 

lunes, 14 de octubre de 2024

Mi barrio

 

          Comentarios sobre la naturaleza del barrio.

 

A veces decimos la palabra barrio sin percatarnos de lo que engloba.                

Mi barrio son las palmeras, algunas algo decrépitas, que pueblan las calles adyacentes, es el olor que desprende el pan caliente del horno cercano. También es mi barrio, ese extranjero que se sienta en un banco frente al supermercado, accionando un acordeón de aires tristones y solicitando una  ayuda, el perro perteneciente a cierto paseante, con el que a veces me cruzo y nunca me saluda y que por cierto me mira con aire de desconfianza (conocerá que platico contra los depósitos caninos).

Mi barrio es el supermercado, que cada día cambia los anuncios de sus ofertas. Es la tienda de todo un poco, que a veces recorro sin fin alguno.

Mi barrio es la humedad ambiental en los días de calima y ese fresquito que circula en los atardeceres en primavera. También mi barrio son esos bancos que se me ofrecen, y utilizo a veces, para alivio de las articulaciones y el estanco de las quinielas donde la ilusión se estrella tantas y tantas veces.

En fin mi barrio son muchas cosas, supongo que como el de cada uno, y que constituyen mi vagar diario. El barrio no tiene dimensiones, puedes extenderlo hasta donde tu necesidad de campo vital precise, admite cambios de decoración y de personajes. No es un territorio cerrado. Amigo mío, el barrio es lo verdaderamente importante para cualquiera de nosotros.

No hace falta ponerle un nombre, da igual. Cuando alguien requiere mi origen, yo contesto simplemente:

“Yo soy de mi barrio, y en cuanto a mi patria, con toda certeza, mi patria empieza en mi barrio, es mi infancia, mi deambular diario, mi barrio ampliado…, muy ampliado y muchas cosas más.”

Bien, pues creo que me adhiero plenamente a este comentario.

 

                                                        J.L.G.R.

 

 

lunes, 18 de diciembre de 2023

La última vez que vi Madrid...por ahora..-

 Bien, he vuelto a visitar la tierra que me vio nacer.

Y es que pasados unos meses sin recorrerlo, parece que me falta algo-

Necesito ver la puerta de Alcalá, la guinda de Carlos III, `pedalear Serrano

y Velázquez, comprobar que el Retiro está en su sitio y verificar que la 

Puerta del Sol sigue tan agitanada y bullanguera.

Ahora, por estas fechas disfrutas, junto al pelete, de una aire prenavideño y

 multitudinario de visitantes que aprovechan los puentes habidos para

visitar y conocer la capital, disputar a los autóctonos las entradas de los

teatros, los churros de los cafés y los soldaditos de Pavía (exquisitas frituras

de bacalao del bar Labra), haciéndonos padecer sendas colas...

Pero no importan las aglomeraciones ni el frío, se soportan con gusto

los guantes, la bufanda y el pesado anorak. Los madrileños queremos

 un Madrid para todos, somos generosos hasta la médula, por algo se dice

" De Madrid al Cielo y con un agujerito para no perderlo de vista" 

domingo, 25 de septiembre de 2022

El Retiro antaño

                                A vueltas con El Retiro.

 

Resulta que consultando las viejas crónicas del lugar al parecer existían en el viejo Retiro entre otras cosas, como Casa de Vacas con su vaso de leche con canela, un recinto de madera denominado Casa del rico y del pobre.

Se trataba al parecer de una pequeña construcción cercana a la puerta de coches en cuyo interior figuraban dos partes, una dedicada  a un craso y orondo personaje rodeado de toda clase de comodidades, mientras que la otra mostraba un semejante con lo contrario, todo desaliento y pobreza. No se precisa si sus figuras eran de madera o cera, da lo mismo.

 Yo deduzco que representaba para muchos la primera visita social a la vida. Parece que ambos conceptos eran algo exagerados, ni el rico es tan rico, ni el pobre lo es, la vida está algo más nivelada,…pero no demasiado.

Aquella caseta fue derribada, en su lugar se instaló una plazuela, era un monumento que había que superar y evitar, podría ser un museo al rencor. Las cosas no son siempre blancas o negras…hay tonalidades.

Hicieron bien en derribarla, había que evitar posibles alusiones.

 

 

 

                                 A vueltas con El Retiro.

 

Resulta que consultando las viejas crónicas del lugar al parecer existían en el viejo Retiro entre otras cosas, como Casa de Vacas con su vaso de leche con canela, un recinto de madera denominado Casa del rico y del pobre.

Se trataba al parecer de una pequeña construcción cercana a la puerta de coches en cuyo interior figuraban dos partes, una dedicada  a un craso y orondo personaje rodeado de toda clase de comodidades, mientras que la otra mostraba un semejante con lo contrario, todo desaliento y pobreza. No se precisa si sus figuras eran de madera o cera, da lo mismo.

 Yo deduzco que representaba para muchos la primera visita social a la vida. Parece que ambos conceptos eran algo exagerados, ni el rico es tan rico, ni el pobre lo es, la vida está algo más nivelada,…pero no demasiado.

Aquella caseta fue derribada, en su lugar se instaló una plazuela, era un monumento que había que superar y evitar, podría ser un museo al rencor. Las cosas no son siempre blancas o negras…hay tonalidades.

Hicieron bien en derribarla, había que evitar posibles alusiones.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                 A vueltas con El Retiro.

 

Resulta que consultando las viejas crónicas del lugar al parecer existían en el viejo Retiro entre otras cosas, como Casa de Vacas con su vaso de leche con canela, un recinto de madera denominado Casa del rico y del pobre.

Se trataba al parecer de una pequeña construcción cercana a la puerta de coches en cuyo interior figuraban dos partes, una dedicada  a un craso y orondo personaje rodeado de toda clase de comodidades, mientras que la otra mostraba un semejante con lo contrario, todo desaliento y pobreza. No se precisa si sus figuras eran de madera o cera, da lo mismo.

 Yo deduzco que representaba para muchos la primera visita social a la vida. Parece que ambos conceptos eran algo exagerados, ni el rico es tan rico, ni el pobre lo es, la vida está algo más nivelada,…pero no demasiado.

Aquella caseta fue derribada, en su lugar se instaló una plazuela, era un monumento que había que superar y evitar, podría ser un museo al rencor. Las cosas no son siempre blancas o negras…hay tonalidades.

Hicieron bien en derribarla, había que evitar posibles alusiones.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

domingo, 29 de agosto de 2021

Peatones raritos

 

                                Peatones algo raros….

 

         Es domingo, caluroso como casi todos los días, este verano del año, que no de gracia, 21 nos trae fritos. Entre el calor, la panza de burro y los disfraces nos tiene contentos. Salgo de mañana tardía a la calle, y ha de ser algo tardía para que no se me alargue el paseo demasiado, no por no desearlo sino por no tener facultades para sobrellevarlo, tres horas a lo sumo y va que chuta…Me he cruzado con un enmascarado de pico blanco que me ha deseado un buen día con toda cordialidad, la verdad no sé quien era, pero le he correspondido  con una especie de ruido emergente desde mi bozal, tapabocas, mascarilla o como quiera llamársele, que utilizamos  por prescripción gubernativa siempre que tengamos próximo algún semejante aunque sea de buena familia. Unos pasos más adelante me he topado casi con doña Dolores, digo yo que sería…, me extrañó el acentuado color rubio de su pelo para su edad, portaba una careta tornasolada con estrellitas la muy coqueta y cojeaba ligeramente, me pareció algo más alta…, bueno a lo mejor no se trataba de la citada ya que la semana pasada ni era rubia ni cojeaba, sea quien fuera recibió mi gesto tipo saludo pseudomilitar y mi sonrisa agradecida, si es que se me veía algo tras la mordaza…

Al camarero del bar sí que le identifiqué enseguida por su especie de coletilla torera con que se adorna, claro está que tuve que esperar a que se volviera de espaldas y así sucesivamente me sucedía con todo bípedo que me cruzaba. Al fin localicé mi mesa del café, saqué el crucigrama y cambié de tema dedicando la imaginación a otro menester.

Pensándolo bien esta ocupación de adivinanzas es bastante divertida, lo que me mosquea una poco es que la mirada de los caninos me parece un poco de cachondeo….                 

 

martes, 6 de julio de 2021

El escritor y el maniquí

 

El escritor y el maniquí.

 

El escritor emprendió su habitual paseo, comenzando por su también habitual acera. Al pasar junto a los Nuevos Almacenes no pudo evitar fijar su mirada en el maniquí expuesto, le atraía aquella mirada ingenua de ojos azules, tan azules como inexpresivos, que miraban a ningún sitio, pero que le transmitían una extraña tranquilidad. Se detuvo un momento en su camino a la vez que percibía que las luces de la tienda empezaban a desaparecer, a la par que la puerta automática iniciaba su cierre. Su mente empezó a elucubrar que sería de la efigie ahora en la oscuridad, en silencio, sin nadie que le contemplara, sin que nada, ni nadie, perturbara la horrorosa soledad a que se veía sometido. Su trabajo era servir de base para lucir ropas diversas, produciendo bien la aprobación o la crítica de sus admiradores, pero ahora  no era nada, tan solo una sombra más del solitario escaparate.

¿Qué hacen los maniquíes en tales situaciones, qué raro corazón habita en sus fingidos cuerpos, qué experimentan al ver cambiados una y otra vez sus ropajes así como sus precios por otros, al notar alteradas sus posturas…?. Debe ser triste ser maniquí y no debe ser fácil desempeñar sus tareas.

Un atardecer le echó en falta, no estaba en su lugar habitual y así sucedió en días sucesivos. Sin dudarlo se dirigió al encargado de los Almacenes interesándose por el destino del maniquí de ojos azules.

El citado le condujo a un sótano donde le mostró el cementerio de diversos ejemplares todos tullidos, esperando no se qué extraño juicio final. Con todo respeto solicitó los restos de su maniquí  amigo, al que entre otras cosas le faltaba un brazo, para rellenar su despacho. El encargado le miró extrañado pero le complació en su petición.   Y allí se posó, en un rincón del despacho escuchando día tras día los inacabados poemas del ilusionado escritor, siempre mudo, pero nunca a oscuras. Cubierto con una bata azul aterciopelada parecía un ser de otra galaxia.

Un día la efigie se fue al suelo de cabeza, se le rompió una pierna sin arreglo posible. Lo envolvió en una manta y se dirigió a un campo cercano, cavó una ligera fosa e introdujo dentro el maltrecho maniquí. Al no poder cerrarle los ojos por ser inmóviles, los cubrió con un pañuelo para evitar que aquel azul celeste fuera dañado por la la tierra.

Cuando ahora pasa frente al escaparate, no puede evitar emocionarse al recordar los inmóviles ojos azules del maniquí, al que redimió de la eterna oscuridad y que escuchaba atentamente, con total respeto, sus ilusionadas poesías….

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   

miércoles, 14 de abril de 2021

La calle Pozas

                     La  Calle  Pozas.

 

La calle Pozas es una calle chiquita de Madrid, algo empinada, situada en pleno centro de la capital, se accedía y accede a ella entrando por la calle del Pez, desde San Bernardo y se encuentra la primera a mano izquierda. Es una calle de pocos números que termina en una transversal, la calle del Espíritu Santo.

   ¿A qué viene tan detallada descripción… ?, pues viene a que recientemente , en mi última estancia en Madrid, pasé por la calle del Pez y mi vista tropezó con la subida a la calle Pozas. Yo he vivido en esa calle de pequeño, en el número 3, en casa de Doña Amparo. Estoy hablando del año 1944 o por ahí. En su constante pulular por las calles de Madrid, y siendo fiel seguidora de la tesis de que no hay por qué sujetarse a un determinado barrio, habiendo facilidades para cambiar, mi madre y yo recalamos en la citada calle durante unos meses,  antes del viaje a Canarias. Mi padre estaba haciendo su tournée teatral en provincias.

   Esforzándome por recordar tiempos ya caducados, penetré en un café de la zona y sentado en una mesa junto a una ventana que a la calle en cuestión asomaba y mientras saboreaba un café, vino a mi mente mi amigo Alfonsito.

  Alfonsito vivía en mi portal un piso más arriba y una tarde en que yo estaba sentado en el rellano, me abordó presentándose a  si mismo.

  .—¡Hola, soy Alfonsito…! (por entonces todos nuestros nombres acababan en “ito”, qué bonito, ¿verdad….?) y me ha dicho mi madre que baje a jugar contigo, que eres nuevo y no conocerás a nadie. ¿ Quieres que seamos amigos… ?.

  Ante aquel desparpajo de mi  desconocido vecino yo, que no era nada corto, quedé sorprendido y me apresuré a decirle.

—-   Pues claro, la verdad es que me cambio tanto de casa que cuando empiezo a tener amigos se me esfuman.

—  Yo tampoco tengo muchos amigos, pero te presentaré uno que vive ahí enfrente. -Me replicó señalándome un portal.—Te voy a dar un poco de chocolate, — y sin darme opción alguna partió su tableta por la mitad y me la puso en la mano.

   Alfonsito llevaba unas gafas redondas de las de casi culo de vaso y al ver que yo las observaba, me dijo que eran para curarse la miopía, pero que en un par de años se las quitarían.

       — Naturalmente, te quedarás muy bien. – Alfonsito esbozó una                               sa de agradecimiento y entonces supe que me lo había ganado.

    Con mi nuevo amigo y algún otro empecé a competir en el famoso deporte de las chapas. Comprábamos las caras de los futbolistas, las pegábamos dentro de las chapas, marcábamos con tiza un campo de futbol en el portal elegido y comenzábamos nuestra liga particular, de la que terminábamos cada día con los codos negros como tizos, las rodillas ídem de lo mismo y a pesar de las broncas maternas y de las porteras que a veces nos echaban a escobazos. Fuimos la generación de futuros seguidores del Madrid, del Barcelona, del Atlético  y demás competidores.                                                                       

   No creo que en la actualidad ningún niño con juguete alguno, llegue a disfrutar como nosotros lo hacíamos con nuestras aguerridas chapas.

   También me inició en el juego de las bolas o boliches, me llevó a un taller donde nos regalaban bolas de acero de cojinetes viejos y a los portales se ha dicho. Nosotros no fuimos niños de calle, fuimos niños de portal y más de un portero nos contemplaba extasiado mientras  competíamos, en tanto la portera, que nos ponía a parir,  iba a por la escoba…..

   Alfonsito era un poco más bajo que yo, pero listo como una ardilla y cuando salíamos a dar un paseo me pasaba graciosamente la mano por el hombro, en plan protector y amigo, y yo desesperaba hasta que llegaban las cinco, tras la obligada digestión, para bajar al portal y reunirme con mi amigo. Después y con motivo de mi viaje no volví a verle.

    Ahora forzando los recuerdos, cuando regresé de Canarias, allá por el año 50.un día me acerqué al barrio y pregunté a la portera por Alfonsito.

    —  Pues fue una desgracia, Alfonsito se ahogó en una piscina que creo se llamaba el Nido o algo parecido, hace unos años.

 

    Al evocar este recuerdo el café me supo amargo, pensé que no me había despedido de mi primer amigo, de Alfonsito cuando partí, y no tuve ocasión de decirle que siempre le recordaría, ni de comprobar si las gafas aquellas tan horrorosas le habían corregido la miopía.

    Salí del café algo abatido, lancé mi última mirada a la calle Pozas y tuve que sacarme el pañuelo del bolsillo, parece ser que algo me molestaba en los ojos…..