Ahora que he tenido que suspender un viaje a mi anhelado Madrid, me ha venido
a la mente un verano peculiar en el año 1950. Cursaba yo por entonces el cuarto
curso de bachillerato, aquel bachillerato con Latín o Griego y Filosofía, las tres a
cual más antipática, y como siempre había adquirido mi texto de Filosofía en la
librería de doña Pepita, donde se vendían y compraban por los estudiantes los libros
de segunda mano a finales y principios de curso. Me presente a examen con programa
en mano del texto Lógica, Psicología y Ética y al empezar mi discurso sobre el tema
elegido me interrumpió el examinador requiriendo mi programa. Resulta que no servía
pues habían cambiado por los Sistemas Filosóficos, en aquella época era normal no
cambiar de un curso para otro. Total que me pasé el verano con unas papeletas de los
variados sistemas en el Retiro memorizándolas y sudando dale que te pego.
En mi vuelta a los tribunales diserté sobre Kant de tal manera que, por la cara que puso el
profe, deduje que ignoraba diversas vicisitudes.
Por supuesto obtuve un NUEVE como una casa, pero lo había sudado mirando a las
barcas. Esto me pasaba por estudiar por libre y querer ahorrar.
J. L.G. R.