Un repaso a la historia.
El profesor cerró el
libro con un movimiento automatizado y volviéndose hacia los alumnos anunció:
—Y por hoy esto es
todo, mañana continuaremos con el tema.
La clase se vació
pausadamente y tras el cierre de la puerta de acceso, don Esteban se dejó caer
en la cómoda butaca adquirida bajo su expresa petición, se reclinó hacia atrás
en un gesto de cansancio absoluto. Era la tercera clase que daba aquella mañana y se sentía
realmente agotado. A veces se preguntaba si aquellas clases de historia que
departía diariamente servirían de algo o representarían algún valor para la
juventud actual. Tal vez si se ideara un
juego informático relativo a aquellos lejanos Reyes Godos con música de
animación, el desarrollo de sus vidas podría ofrecer algún interés para el
alumnado. Reposó la nuca en el borde de la butaca y entornó los ojos, centrando
su atención en el menguante y lejano aullido de una sirena de ignota procedencia, a la vez que percibía el
declive de la luz diurna.
De pronto un golpeo
apremiante en la puerta le hizo erguirse bruscamente de su asiento. Se dirigió
con premura hacia la misma procediendo a la apertura y su visión se centró en la
presencia de un extraño personaje, vestido a la usanza de tiempos pretéritos,
luciendo yelmo y espadón que no incitaban a la concordia precisamente.
—
¿Tiene
un rey que pedir permiso a un simple súbdito para penetrar en un habitáculo o
se le permite acceder sin más…?— dijo a la vez que irrumpía en el aula
bruscamente y le empujaba hacia su atril— Retírese a su silla de ignorante…
Esteban, sudando por los cuatro costados, retrocedió hasta su
sillón sin lograr apartar la vista de aquella visión algo fantasmagórica.
El figurón se reclinó sobre la mesa, depositó con un golpazo
el espadón sobre la misma y mirándole fijamente a los ojos le espetó:
—Soy Leovigildo rey
de los Visigodos, el rey más importante
de todos los tiempos en la historia de tu ingrato país. El autor del Codigo más
importante de mis tiempos, en el que unifique derechos de godos y romanos.
Libré múltiples batallas en pos de constituir la unidad nacional, mucho antes
que vuestros laureados Reyes Católicos,
mi hijo Hermenegildo murió defendiendo la nueva fé, el catolicismo, y mi otro
hijo Recaredo la consolidó en este país. Instauré y di su rango adecuado a la monarquía. ¿Cómo
te atreves a dudar de nuestra importancia. de nuestro significada presencia en
la historia de tu nación, bellaco…?— y tomando su tizona asestó tal golpe a la
mesa que ,asustado. hizo que el asustado
profesor se refugiara bajo la misma.
En esto se abrió la
puerta, alguien encendió las luces y el Director dirigiéndose a don Esteban le
increpó:
—¡Qué ruidos
son estos…,¿qué hace usted por los suelos a estas horas…?, ¡recoja usted ese bolígrafo…!
Don Esteban se puso en pié restregándose los ojos y mostrando el
bolígrafo al director exclamó con voz tímida:
—
¡Es
la espada del rey Leovigildo…, señor!.
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