sábado, 10 de agosto de 2019

Cafés de escritores


                                        Escritores de café.



Durante uno de mis últimos viajes por la capital, me dediqué a buscar por los lugares más recónditos un café, en el que todavía existiera en ejercicio algún escritor de los de antaño, es decir de los de antes de la guerra, como dicen los castizos.

No pretendía, desde luego, localizar alguno de los de tertulianos de antaño, tales como El Español, Fornos, El gato negro, El Colonial, Del Pombo (con las famosas organizadas por Gómez de la Serna en franca huida del carácter político). Tuve conocimiento que las del Europeo y Comercial devinieron en el Café Gijón, el cual recientemente visitado, ¡ Oh desilusión…!, contemplé transformado en café de guiris y menú económico, tampoco El Roma ( Marañón ). No, tan solo localizar alguno de aquellos de mesa de mármol y jarra de cristal circular de agua central, en el que alguien aislado del mundanal ruido diera suelta a su imaginación plasmándola en un escrito.

Al fin en la calle Infantas localicé uno que parecía de esta guisa.

El encargado, debía ser, me indicó que un tal don Ramón, a veces, se ubicaba en una mesa del fondo y sacando un block y un bolígrafo procedía a hacer algunos garabatos. Como dijo que llegaba sobre esta hora, me senté en una mesa del fondo y me dispuse a esperar por si había suerte. Por fin y con media jarra de agua y un cortado consumidos, un hombre de unos sesenta años o así con poblada barba y lentes quevedianas  tomó asiento en las proximidades. ¡Ya está…, lo encontré….!

A poco y tras encargar su café con leche bien calentito, sacó de su bolsillo lateral un block y un bolígrafo y comenzó a escribir, posando su vista en las alturas de vez en cuando…

¡Maravilla…, la especie se conserva…!, me dije entusiasmado.

Me dirigí hacia él con mi mayor respeto tras una momentánea pausa.

   —Perdone que le interrumpa caballero, pero no sabe la alegría que me ha dado el contemplar que un escritor, al igual que en tiempos pretéritos, se inspira en un viejo café para componer sus escritos con su mejor prosa….

El aludido procedió a reposar el bolígrafo sobre la mesa y despojándose de su quevedos me aclaró:

   —No sabe lo que lamento desilusionarle señor mío, pero de escritor no tengo nada. Soy simplemente un jubilado que a media mañana se escapa del monótono hogar con cualquier pretexto, y al que su mujer le encarga: “pues de paso me compras…” y me suelta una ristra de encargos de aquí te espero… No tengo más remedio que entrar en un café e intentar recordar al menos unas cuantas cosas… Y ahora si me permite… —volvió a ponerse la gafas y tomó el bolígrafo retornando a su tarea.

Una especie de sofoco me recorrió de arriba abajo. Me levanté de golpe y enfilé la puerta con decisión, pero una voz me volvió a la realidad…

   —¡ Oiga se va sin Pagar…!

viernes, 9 de agosto de 2019

Repasando la Historia


                                          Un repaso a la historia.

El  profesor cerró el libro con un movimiento automatizado y volviéndose hacia los alumnos  anunció:

   —Y por hoy esto es todo, mañana  continuaremos con el tema.

  La clase se vació pausadamente y tras el cierre de la puerta de acceso, don Esteban se dejó caer en la cómoda butaca adquirida bajo su expresa petición, se reclinó hacia atrás en un gesto de cansancio absoluto. Era la  tercera  clase que daba aquella mañana y se sentía realmente agotado. A veces se preguntaba si aquellas clases de historia que departía diariamente servirían de algo o representarían algún valor para la juventud  actual. Tal vez si se ideara un juego informático relativo a aquellos lejanos Reyes Godos con música de animación, el desarrollo de sus vidas podría ofrecer algún interés para el alumnado. Reposó la nuca en el borde de la butaca y entornó los ojos, centrando su atención en el menguante y lejano aullido de una sirena de  ignota procedencia, a la vez que percibía el declive de la luz diurna.

   De pronto un golpeo apremiante en la puerta le hizo erguirse bruscamente de su asiento. Se dirigió con premura hacia la misma procediendo a la apertura y su visión se centró en la presencia de un extraño personaje, vestido a la usanza de tiempos pretéritos, luciendo yelmo y espadón que no incitaban a la concordia precisamente.

    ¿Tiene un rey que pedir permiso a un simple súbdito para penetrar en un habitáculo o se le permite acceder sin más…?— dijo a la vez que irrumpía en el aula bruscamente y le empujaba hacia su atril— Retírese a su silla de ignorante…

Esteban, sudando por los cuatro costados, retrocedió hasta su sillón sin lograr apartar la vista de aquella visión algo fantasmagórica.

El figurón se reclinó sobre la mesa, depositó con un golpazo el espadón sobre la misma y mirándole fijamente a los ojos le espetó:

   —Soy Leovigildo rey de los Visigodos, el rey  más importante de todos los tiempos en la historia de tu ingrato país. El autor del Codigo más importante de mis tiempos, en el que unifique derechos de godos y romanos. Libré múltiples batallas en pos de constituir la unidad nacional, mucho antes que  vuestros laureados Reyes Católicos, mi hijo Hermenegildo murió defendiendo la nueva fé, el catolicismo, y mi otro hijo Recaredo la consolidó en este país. Instauré  y di su rango adecuado a la monarquía. ¿Cómo te atreves a dudar de nuestra importancia. de nuestro significada presencia en la historia de tu nación, bellaco…?— y tomando su tizona asestó tal golpe a la mesa que ,asustado. hizo  que el asustado profesor se refugiara bajo la misma.

   En esto se abrió la puerta, alguien encendió las luces y el Director dirigiéndose a don Esteban le increpó:

—¡Qué ruidos son estos…,¿qué hace usted por los suelos a estas  horas…?, ¡recoja usted ese  bolígrafo…!

    Don Esteban se puso en pié restregándose los ojos y mostrando el bolígrafo al director exclamó con voz tímida:

    ¡Es la espada del rey  Leovigildo…, señor!.

domingo, 4 de agosto de 2019

Las camas de antaño.




                  Las camas de antaño.





Desde luego eran muy superiores a las camas de hogaño.

Sobre  todo  aquellas dotadas de dosel y cortinillas anti mosquitos. Eran de señorial apariencia y el hecho de anunciar que nos íbamos a la cama denotaba algo así como un viaje hacia la comodidad, hacia la laxitud…

Bien es verdad que dada su envergadura no podían instalarse en cualquier parte, precisaban de un local al efecto que llamaban alcoba, palabra de entidad superior a cualquier habitación, ya que era destinada a dormir,....bueno, principalmente. Que recuerde, en un viaje de bodas a Segovia y en una casa seglar, nos facilitaron una habitación dotada de una cama de doble colchón de lana, de esos que te hundías profundamente, y que no te atrevías a moverte no se fuera a romper algo…Para colmo era invierno y el viento aullaba a su paso por las persianas casi toda la noche, caímos en tal sopor que dormimos 10 horas seguidas y a la mañana siguiente salimos zumbando hacia la costa….