Escritores de café.
Durante uno de mis últimos viajes por
la capital, me dediqué a buscar por los lugares más recónditos un café, en el
que todavía existiera en ejercicio algún escritor de los de antaño, es decir de
los de antes de la guerra, como dicen los castizos.
No pretendía, desde luego, localizar
alguno de los de tertulianos de antaño, tales como El Español, Fornos, El gato
negro, El Colonial, Del Pombo (con las famosas organizadas por Gómez de la
Serna en franca huida del carácter político). Tuve conocimiento que las del
Europeo y Comercial devinieron en el Café Gijón, el cual recientemente
visitado, ¡ Oh desilusión…!, contemplé transformado en café de guiris y menú
económico, tampoco El Roma ( Marañón ). No, tan solo localizar alguno de
aquellos de mesa de mármol y jarra de cristal circular de agua central, en el
que alguien aislado del mundanal ruido diera suelta a su imaginación
plasmándola en un escrito.
Al fin en la calle Infantas localicé
uno que parecía de esta guisa.
El encargado, debía ser, me indicó
que un tal don Ramón, a veces, se ubicaba en una mesa del fondo y sacando un
block y un bolígrafo procedía a hacer algunos garabatos. Como dijo que llegaba
sobre esta hora, me senté en una mesa del fondo y me dispuse a esperar por si
había suerte. Por fin y con media jarra de agua y un cortado consumidos, un
hombre de unos sesenta años o así con poblada barba y lentes quevedianas tomó asiento en las proximidades. ¡Ya está…,
lo encontré….!
A poco y tras encargar su café con
leche bien calentito, sacó de su bolsillo lateral un block y un bolígrafo y
comenzó a escribir, posando su vista en las alturas de vez en cuando…
¡Maravilla…, la especie se conserva…!,
me dije entusiasmado.
Me dirigí hacia él con mi mayor
respeto tras una momentánea pausa.
—Perdone que le interrumpa caballero, pero no sabe la alegría que me ha
dado el contemplar que un escritor, al igual que en tiempos pretéritos, se
inspira en un viejo café para componer sus escritos con su mejor prosa….
El aludido procedió a reposar el
bolígrafo sobre la mesa y despojándose de su quevedos me aclaró:
—No sabe lo que lamento desilusionarle señor mío, pero de escritor no
tengo nada. Soy simplemente un jubilado que a media mañana se escapa del
monótono hogar con cualquier pretexto, y al que su mujer le encarga: “pues de
paso me compras…” y me suelta una ristra de encargos de aquí te espero… No
tengo más remedio que entrar en un café e intentar recordar al menos unas
cuantas cosas… Y ahora si me permite… —volvió a ponerse la gafas y tomó el
bolígrafo retornando a su tarea.
Una especie de sofoco me recorrió de
arriba abajo. Me levanté de golpe y enfilé la puerta con decisión, pero una voz
me volvió a la realidad…
—¡ Oiga se va sin Pagar…!