jueves, 7 de febrero de 2013

INGRATOS

Abrió con energía la puerta del salón y allí estaba. Tirado cuan largo era, con los miembros flácidos, boca abajo y sin rechistar yacía Teodoro sobre el sofá, sin percatarse de la filípica que se le venía encima. ̶ ¡Claro, toda la noche por ahí, sabe Dios con que compañías, vagando de un lugar para otro, como si fueras un busca vidas !... ¿Pero es que no sabes que tienes un hogar, quién se interesa por ti, quién disfruta en tu compañía, quién procura cuidarte y atenderte siempre...? ̶ ¿Cómo puedes ser tan ingrato?, ¿es que no disfrutas en nuestros largos paseos, con mis mimos y caricias...? . Paseos en los que te presento a mis amistades, que te admiran por tu apostura, por esa forma de caminar tan elegante que tienes. Admiran que vayas cuidadosamente peinado y limpio, oliendo a esa colonia de jazmines que siempre adquiero para ti, cielito. ̶ Y en el hogar, ¿tienes alguna queja de las comidas que te preparo?, compro de lo más selecto para que tu lo saborees. En los atardeceres de invierno, ¿no está siempre la chimenea calentita para que tu la disfrutes?.¿No tienes siempre a tu alcance un bombón para saborearlo ?. ̶ Por lo visto el corazón entregado de una mujer no es suficiente para vosotros. Ya no sabe una que hacer para obtener un poco de afecto, de correspondencia. Tus dos antecesores,¡que en gloria estén...!, eran similares. Lucrecio, el de las largas melenas y miradas dulces, también se largaba por ahí y se pegaba dos o tres días sin aparecer, hasta que mohíno y triste se pegaba a mi puerta con cara de pena y una petición de indulto en la mirada. En cuanto a Sócrates, el de los andares chulapos, para que decir, perdía el culo en cuanto percibía al sexo opuesto y no creo que nunca recibiera caricias como las mías, atenciones como las que yo le prodigaba. Nadie tejió para él ropas de abrigo como las que yo le hice, a costa de desgastarme la escasa vista que me quedaba, para que estuviese calentito en el invierno y un buen día en lugar de ocupar mi coche se metió en el de una turista alemana y le perdí de vista quince días. Pero volvió, ¡vaya que si volvió!, con la cara desencajada y muerto de hambre, reclamando con su mirada sumisa mi perdón. Todos sois iguales. Enardecida y desconsolada, exclamó a la par que le tiraba con vigor de las orejas ̶ ¿No me escuchas...?, levántate y reacciona, crápula…. Pero Teodoro , como si fuera un fardo cayó al suelo como un saco de patatas. Era el tercer perro que enterraba en su vida. El diagnóstico de los veterinarios se repetía siempre: <>.

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