martes, 6 de julio de 2021

El escritor y el maniquí

 

El escritor y el maniquí.

 

El escritor emprendió su habitual paseo, comenzando por su también habitual acera. Al pasar junto a los Nuevos Almacenes no pudo evitar fijar su mirada en el maniquí expuesto, le atraía aquella mirada ingenua de ojos azules, tan azules como inexpresivos, que miraban a ningún sitio, pero que le transmitían una extraña tranquilidad. Se detuvo un momento en su camino a la vez que percibía que las luces de la tienda empezaban a desaparecer, a la par que la puerta automática iniciaba su cierre. Su mente empezó a elucubrar que sería de la efigie ahora en la oscuridad, en silencio, sin nadie que le contemplara, sin que nada, ni nadie, perturbara la horrorosa soledad a que se veía sometido. Su trabajo era servir de base para lucir ropas diversas, produciendo bien la aprobación o la crítica de sus admiradores, pero ahora  no era nada, tan solo una sombra más del solitario escaparate.

¿Qué hacen los maniquíes en tales situaciones, qué raro corazón habita en sus fingidos cuerpos, qué experimentan al ver cambiados una y otra vez sus ropajes así como sus precios por otros, al notar alteradas sus posturas…?. Debe ser triste ser maniquí y no debe ser fácil desempeñar sus tareas.

Un atardecer le echó en falta, no estaba en su lugar habitual y así sucedió en días sucesivos. Sin dudarlo se dirigió al encargado de los Almacenes interesándose por el destino del maniquí de ojos azules.

El citado le condujo a un sótano donde le mostró el cementerio de diversos ejemplares todos tullidos, esperando no se qué extraño juicio final. Con todo respeto solicitó los restos de su maniquí  amigo, al que entre otras cosas le faltaba un brazo, para rellenar su despacho. El encargado le miró extrañado pero le complació en su petición.   Y allí se posó, en un rincón del despacho escuchando día tras día los inacabados poemas del ilusionado escritor, siempre mudo, pero nunca a oscuras. Cubierto con una bata azul aterciopelada parecía un ser de otra galaxia.

Un día la efigie se fue al suelo de cabeza, se le rompió una pierna sin arreglo posible. Lo envolvió en una manta y se dirigió a un campo cercano, cavó una ligera fosa e introdujo dentro el maltrecho maniquí. Al no poder cerrarle los ojos por ser inmóviles, los cubrió con un pañuelo para evitar que aquel azul celeste fuera dañado por la la tierra.

Cuando ahora pasa frente al escaparate, no puede evitar emocionarse al recordar los inmóviles ojos azules del maniquí, al que redimió de la eterna oscuridad y que escuchaba atentamente, con total respeto, sus ilusionadas poesías….