miércoles, 14 de abril de 2021

La calle Pozas

                     La  Calle  Pozas.

 

La calle Pozas es una calle chiquita de Madrid, algo empinada, situada en pleno centro de la capital, se accedía y accede a ella entrando por la calle del Pez, desde San Bernardo y se encuentra la primera a mano izquierda. Es una calle de pocos números que termina en una transversal, la calle del Espíritu Santo.

   ¿A qué viene tan detallada descripción… ?, pues viene a que recientemente , en mi última estancia en Madrid, pasé por la calle del Pez y mi vista tropezó con la subida a la calle Pozas. Yo he vivido en esa calle de pequeño, en el número 3, en casa de Doña Amparo. Estoy hablando del año 1944 o por ahí. En su constante pulular por las calles de Madrid, y siendo fiel seguidora de la tesis de que no hay por qué sujetarse a un determinado barrio, habiendo facilidades para cambiar, mi madre y yo recalamos en la citada calle durante unos meses,  antes del viaje a Canarias. Mi padre estaba haciendo su tournée teatral en provincias.

   Esforzándome por recordar tiempos ya caducados, penetré en un café de la zona y sentado en una mesa junto a una ventana que a la calle en cuestión asomaba y mientras saboreaba un café, vino a mi mente mi amigo Alfonsito.

  Alfonsito vivía en mi portal un piso más arriba y una tarde en que yo estaba sentado en el rellano, me abordó presentándose a  si mismo.

  .—¡Hola, soy Alfonsito…! (por entonces todos nuestros nombres acababan en “ito”, qué bonito, ¿verdad….?) y me ha dicho mi madre que baje a jugar contigo, que eres nuevo y no conocerás a nadie. ¿ Quieres que seamos amigos… ?.

  Ante aquel desparpajo de mi  desconocido vecino yo, que no era nada corto, quedé sorprendido y me apresuré a decirle.

—-   Pues claro, la verdad es que me cambio tanto de casa que cuando empiezo a tener amigos se me esfuman.

—  Yo tampoco tengo muchos amigos, pero te presentaré uno que vive ahí enfrente. -Me replicó señalándome un portal.—Te voy a dar un poco de chocolate, — y sin darme opción alguna partió su tableta por la mitad y me la puso en la mano.

   Alfonsito llevaba unas gafas redondas de las de casi culo de vaso y al ver que yo las observaba, me dijo que eran para curarse la miopía, pero que en un par de años se las quitarían.

       — Naturalmente, te quedarás muy bien. – Alfonsito esbozó una                               sa de agradecimiento y entonces supe que me lo había ganado.

    Con mi nuevo amigo y algún otro empecé a competir en el famoso deporte de las chapas. Comprábamos las caras de los futbolistas, las pegábamos dentro de las chapas, marcábamos con tiza un campo de futbol en el portal elegido y comenzábamos nuestra liga particular, de la que terminábamos cada día con los codos negros como tizos, las rodillas ídem de lo mismo y a pesar de las broncas maternas y de las porteras que a veces nos echaban a escobazos. Fuimos la generación de futuros seguidores del Madrid, del Barcelona, del Atlético  y demás competidores.                                                                       

   No creo que en la actualidad ningún niño con juguete alguno, llegue a disfrutar como nosotros lo hacíamos con nuestras aguerridas chapas.

   También me inició en el juego de las bolas o boliches, me llevó a un taller donde nos regalaban bolas de acero de cojinetes viejos y a los portales se ha dicho. Nosotros no fuimos niños de calle, fuimos niños de portal y más de un portero nos contemplaba extasiado mientras  competíamos, en tanto la portera, que nos ponía a parir,  iba a por la escoba…..

   Alfonsito era un poco más bajo que yo, pero listo como una ardilla y cuando salíamos a dar un paseo me pasaba graciosamente la mano por el hombro, en plan protector y amigo, y yo desesperaba hasta que llegaban las cinco, tras la obligada digestión, para bajar al portal y reunirme con mi amigo. Después y con motivo de mi viaje no volví a verle.

    Ahora forzando los recuerdos, cuando regresé de Canarias, allá por el año 50.un día me acerqué al barrio y pregunté a la portera por Alfonsito.

    —  Pues fue una desgracia, Alfonsito se ahogó en una piscina que creo se llamaba el Nido o algo parecido, hace unos años.

 

    Al evocar este recuerdo el café me supo amargo, pensé que no me había despedido de mi primer amigo, de Alfonsito cuando partí, y no tuve ocasión de decirle que siempre le recordaría, ni de comprobar si las gafas aquellas tan horrorosas le habían corregido la miopía.

    Salí del café algo abatido, lancé mi última mirada a la calle Pozas y tuve que sacarme el pañuelo del bolsillo, parece ser que algo me molestaba en los ojos…..  

 

 

 

 

  

lunes, 12 de abril de 2021

Entre suspiros...

                                   

No alarmarse amigos lectores, no voy a referirme a la famosa obra picaresca del afamado escritor, esa es Buscón con mayúscula, tan solo es que como nos ha dejado el invierno, la época  de la tristeza, “Oh… les feuilles mortes sur les parcs…”, de los poetas lánguidos y también de los recuerdos, pues me ha venido a la memoria una historieta acaecida allá por los 50, cuando en compañía de otro adolescente vagábamos por las instalaciones del Buen Retiro madrileño, sin otra obligación que contemplar el estanque, los inexpertos remeros y la acumulación de la hojarasca por doquier, como era de esperar dada la estación pasada.

Repetidas veces habíamos observado como un hombre, un buscón, ya peinando prominentes canas, de unos sesenta años, revolvía con su bastón los cúmulos de hojas caídas, sin duda para dar lugar a otras renovadas en la próxima primavera, como efímeras inquilinas de paso que se sabían. Revolvía y revolvía por doquier y a veces se echaba mano al bolsillo del abrigo como guardando algo apreciado. Ya cansados de observar su conducta le preguntamos en una ocasión por el motivo de sus pesquisas.

El buen hombre nos miró fijamente esbozando una incipiente sonrisa:

—Veréis, sois todavía muy jóvenes…, es que a veces encuentro alguna que otra lágrima,  las que más suspiros de amores intensos que me impresionan vivamente. Las lágrimas si no son de felicidad, lo aprecio por su color, me las guardo en el  bolsillo para eliminarlas y los suspiros me producen  tan emocionantes sensaciones que luego los plasmo en mis escritos…

           Entonces comprendí lo que era ser poeta…