miércoles, 20 de noviembre de 2019

El camarero de .....


Cosas de Madrid : El camarero de la Plaza de Oriente.



Como siempre los cuatro matrimonios íbamos de aquí para allá, trotando por nuestro Madrid sin decidirnos a aparcar en algún establecimiento o terraza, el intentar ponernos de acuerdo sobre el sitio a elegir hubiera sido tarea inútil.

Así pedaleando nos encontramos de golpe y porrazo en una plaza que tenía en medio una estatua con un señor a caballo.

   —Ese debe ser un Felipe…,—dijo C.

   —Bueno, yo sé que en la Plaza Mayor hay un Felipe pero no puedo precisar los palitos, puede ser el III o el IV, añadió R.

   —Desde luego Espartero no es, lo digo por el tamaño de los cataplines del caballo. — agregué convencido.

Las damas, ajenas a nuestro cultural comentario, ya no podían más y estallaron:

   —¡No podemos más, no me siento las piernas, parecen de corcho…!

Las tres restantes acudieron en su auxilio:

   —¡Aquí mismo nos sentamos…!

Y dicho y hecho, en la primera terraza que pillaron se derrumbaron sin miramientos. Un vez encajados en los asientos atendimos a un solícito camarero, quién block en mano procedió a escucharnos.

   —¡Las señoras primero por favor…!

¡Anda éste, nos ha salido redicho…!

   —A, —con voz cansina objetó — Para mí una manzanilla templadita, por favor, se me sale el cocido…

   —G, —más decidida añadió— un riojita me caerá bien.    

   —B, —fue más original— una Coca Light.

   —A (II),—siempre prudente— Un té con limón, por favor.

El camarero, esgrimiendo las herramientas,  ya tenía cara de circunstancias, se veía que la variedad y escribir no eran lo suyo…

     —Bien ahora los caballeros…

   —C, —adelantándose— yo quiero un cubata con hielo

   —R, un refresco de lo que sea, pero bien frío.

           —M. ¿tendría algo de coco…?

       (Aparte de la cara,—pensé yo…)

           —Por mi parte una  Mahou.

           El camarero, tomando aire, comenzó:

          —O sea que una Mahou, un té, un lo que sea …,¡jóder…! (Menos                     mal  que me jubilo el mes que viene…)

        —Compadre… ¿qué te juegas a que el nota no atina en los autores de 
            los encargos...?

          Y al cabo de un rato apareció con una bandeja repleta de vasos y 
           botellas que depositó con determinación en el centro de la mesa.

        —Bueno, aquí tienen, procedan ustedes mismos…—y con los brazos 
          cruzados contempló nuestras elecciones.


       —Ahí veis lo que es tener mili…—comenté.



        Cuando tras pagarle se alejaba me pareció que decía entre dientes: “Si 
         estos vuelven otro día, me da algo…”





                                 .
























Las terrazas


                             Las  terrazas de la capital.



Las terrazas de la capital son, sobre todo en verano, como un respiro para el sufrido viandante asustado por el anuncio, de cerca de los 40 grados, que anuncia un luminoso con la aviesa intención de hacerte sentir más caliente aún. Porque  no es que tengas calor, es que además te lo dicen…Claro está que hay muchas clases de terrazas algunas, aprovechando un remanso de sombra accidental, han situado unas cuantas mesas y sillas al amparo y rápidamente se ven colmadas de clientes, los cuales cuando la ocupación fracasa, pasan de largo lanzando asesinas miradas a los satisfechos ocupantes, que hacen que te sientas fatal. Otras pertenecientes a cafeterías o restaurantes de variada calidad, que cuando la canícula aprieta invaden sin escrúpulo alguno las aceras peatonales, con la bendición de sus respectivos ayuntamientos. Su público no suele ser el mismo que el habitual  de sus interiores en invierno, los hay que jamás se sentarían dentro, al igual que otros no lo harían fuera ni en Nigeria.

 Es cuestión de principios….y bemoles.

Una vez gloriosamente ubicado y disfrutado de tu cerveza te extrañas de la cuantía de lo consumido. ¡Joder que abuso…! Consultado el camarero al respecto, te aclara:

    ¡Pero hombre, natural…!  Si jefe, en la pizarra dice “Caña de cerveza 1 euro”, pero eso es si la toma en la barra…     

 Encima te llaman paleto…


miércoles, 13 de noviembre de 2019

Librerías de segunda mano


Servir para servir…



             





                             Librerías de segunda mano.



A mí me gustan las librerías de segunda mano, donde puedo encontrar un insólito libro que nunca pude leer por falta de conocimiento u ocasión. Esas librerías de aire triste pero íntimo, con pinta de cuevas y estanterías de equilibrio indiferente que  amenazan derrumbe pero que milagrosamente nunca se caen. Me gusta hablar con los libreros que las regentan, que saben tanto de libros aunque no hayan leído nunca ninguno, que lucen guardapolvos con alergia a las piletas o lavadoras y en cuyos bolsillos siempre hay algún lápiz y acaso alguna colilla. Que te relatan anécdotas de Benavente, de Gómez de la Serna o de Valle Inclán como si fueran de la familia, que si te ven indeciso se deciden a aconsejarte la lectura de un viejo tomo de Sopena añadiendo:

    —Hay que leer bien, esto es canela fina…

No conoces al autor, ni falta que hace, te lo ha recomendado el librero, el técnico, seguro que vale la pena.

Estas librerías van desapareciendo y sabe usted el motivo, pues se trata de que una vez leídos nadie los hace circular, si les han gustado pasan a un triste estante domiciliario como si fueran estatuas  y si no mueren en cualquier rincón y cuando se ponen amarillentos acaban en la basura.

Si entras en un anticuario, aparte de que los precios son de no te menees, los primero que te dice es:”¿Qué busca usted…?”. Si fueras sincero dirías: ” pues, revolver… ”, pero no te atreves. Y es que el jodido los tiene reflejados en el ordenador. ¡Tamaña falta de humanidad libreril…!. Además los pobres libros están en otro piso… ¡Cómo no pueden gritar…!

  Yo reivindico las librerías de viejo, las estanterías inestables,  los ancianos libreros, los guardapolvos y hasta los desperdicios embolsillados..

lunes, 7 de octubre de 2019

Mi barrio


                             Mi  barrio.
                             

Casi sin querer he percibido una conversación, en la mesa vecina de la cafetería que frecuento, que me ha hecho pensar sobre su grado de certeza. Intentaré describir lo mejor posible los comentarios escuchados.

·         Decía uno de ellos:

―A mí esto de las nacionalidades, de las regiones, de las provincias, etc., que hacen a muchos sacar pecho y provocan la consiguiente discusión comparativa, así como el afán desmedido de exaltar la propia idiosincrasia, con el evidente fin de ponerla un peldaño superior a las ajenas, me parece ridículo. Es más creo que lo verdaderamente importante es el concepto de barrio.

—¿Cómo de barrio…? explícate…

―Verás, a mí lo importante, lo que me interesa es mi hábitat, la zona en que vivo, el ambiente que me rodea. Y para definirlo, no hay nada más sencillo que la palabra barrio. No importa donde se haya nacido, o vivido largo tiempo sin llegar a echar raíces, lo que importa es lo que te rodea habitualmente, lo que respiras a diario y eso es mi barrio.

―Bien, pero el concepto barrio es un término poco…, digamos técnico. Así de pronto, parece referirse a unas manzanas de viviendas, más o menos definidas, que forman un núcleo y cuyas agrupaciones dan lugar a las ciudades, entonces…

     — Te equivocas, verás, mi barrio empieza en mi casa, en mi familia, en  mis amigos presentes o ausentes, en los vecinos que saludo a diario al cruzármelos, en la escalera o en la calle.

El barrio no está compuesto solo por casas. Mi barrio es la cafetería en la que tomó un cortadito todos los días, es el puesto de periódicos que visito, es la vendedora del cupón de ciegos a quien a veces me dirijo. Mi barrio es el corto camino que me conduce a la cercana playa, e incluso su Avenida, que por su amplitud también pertenece a otros barrios.

Mi barrio son las palmeras, algunas algo decrépitas, que pueblan las calles adyacentes, es el olor que desprende el pan caliente del horno cercano. También es mi barrio, ese extranjero que se sienta en un banco frente al supermercado, accionando un acordeón de aires tristones y solicitando una  ayuda, el perro perteneciente a cierto paseante, con el que a veces me cruzo y nunca me saluda y que por cierto me mira con aire de desconfianza (conocerá que platico contra los depósitos caninos).

Mi barrio es el supermercado, que cada día cambia los anuncios de sus ofertas. Es la tienda de todo un poco, que a veces recorro sin fin alguno.

Mi barrio es la humedad ambiental en los días de calima y ese fresquito que circula en los atardeceres en primavera. También mi barrio son esos bancos que se me ofrecen, y utilizo a veces, para alivio de las articulaciones y el estanco de las quinielas donde la ilusión se estrella tantas y tantas veces.

En fin mi barrio son muchas cosas, supongo que como el de cada uno, y que constituyen mi vagar diario. El barrio no tiene dimensiones, puedes extenderlo hasta donde tu necesidad de campo vital precise, admite cambios de decoración y de personajes. No es un territorio cerrado. Amigo mío, el barrio es lo verdaderamente importante para cualquiera de nosotros.

No hace falta ponerle un nombre, da igual. Cuando alguien requiere mi origen, yo contesto simplemente:

“Yo soy de mi barrio, y en cuanto a mi patria, con toda certeza, mi patria empieza en mi barrio, es mi infancia, mi barrio ampliado…y muchas cosas más.”

Bien, pues creo que me adhiero plenamente a este comentario.











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lunes, 2 de septiembre de 2019

Don Tirso


                        Don Tirso. (nombre de un símbolo fálico)



Este nombre me ha venido de repente a la memoria. Allá por los años 50 o así, cada vez que estrenaban en el teatro de la Comedia de Madrid, mi padre me aconsejaba: “si quieres ver la obra, deja pasar unos días y luego vete a ver a don Tirso”.  Yo no sé qué cargo tendría el citado, pero el caso es que le abordé varias veces y me facilitaba el acceso.  Don Tirso era un caballero más bien bajito, debía de ser madrileño de cuna pues lucía siempre una capa oscura, forrada de rojo por dentro muy vistosa, que le proporcionaba una singular apostura. Siempre me atendió solícitamente, un día me preguntó: ¿te gusta el teatro…? Al contestarle afirmativamente replicó “no me extraña pues tu padre lo lleva en la sangre…”

   Aquellas palabras me hicieron meditar y recordar aquel baúl percha, siempre presente, que mi padre tenía siempre a mano donde guardaba ordenadamente todo su vestuario.  Desde trajes y ropa interior a pelucas, bigotes y patillas postizos,  hasta cubre botines y zapatos de lo más variado. Varias veces fueron alabadas sus transformaciones. Yo tenía envidia al dichoso baúl, pues parecía de la familia. Era un profesional de una pieza.  



Vallan estas líneas en recuerdo y homenaje a mi progenitor y agradecimiento a don Tirso y su vistosa capa.

sábado, 10 de agosto de 2019

Cafés de escritores


                                        Escritores de café.



Durante uno de mis últimos viajes por la capital, me dediqué a buscar por los lugares más recónditos un café, en el que todavía existiera en ejercicio algún escritor de los de antaño, es decir de los de antes de la guerra, como dicen los castizos.

No pretendía, desde luego, localizar alguno de los de tertulianos de antaño, tales como El Español, Fornos, El gato negro, El Colonial, Del Pombo (con las famosas organizadas por Gómez de la Serna en franca huida del carácter político). Tuve conocimiento que las del Europeo y Comercial devinieron en el Café Gijón, el cual recientemente visitado, ¡ Oh desilusión…!, contemplé transformado en café de guiris y menú económico, tampoco El Roma ( Marañón ). No, tan solo localizar alguno de aquellos de mesa de mármol y jarra de cristal circular de agua central, en el que alguien aislado del mundanal ruido diera suelta a su imaginación plasmándola en un escrito.

Al fin en la calle Infantas localicé uno que parecía de esta guisa.

El encargado, debía ser, me indicó que un tal don Ramón, a veces, se ubicaba en una mesa del fondo y sacando un block y un bolígrafo procedía a hacer algunos garabatos. Como dijo que llegaba sobre esta hora, me senté en una mesa del fondo y me dispuse a esperar por si había suerte. Por fin y con media jarra de agua y un cortado consumidos, un hombre de unos sesenta años o así con poblada barba y lentes quevedianas  tomó asiento en las proximidades. ¡Ya está…, lo encontré….!

A poco y tras encargar su café con leche bien calentito, sacó de su bolsillo lateral un block y un bolígrafo y comenzó a escribir, posando su vista en las alturas de vez en cuando…

¡Maravilla…, la especie se conserva…!, me dije entusiasmado.

Me dirigí hacia él con mi mayor respeto tras una momentánea pausa.

   —Perdone que le interrumpa caballero, pero no sabe la alegría que me ha dado el contemplar que un escritor, al igual que en tiempos pretéritos, se inspira en un viejo café para componer sus escritos con su mejor prosa….

El aludido procedió a reposar el bolígrafo sobre la mesa y despojándose de su quevedos me aclaró:

   —No sabe lo que lamento desilusionarle señor mío, pero de escritor no tengo nada. Soy simplemente un jubilado que a media mañana se escapa del monótono hogar con cualquier pretexto, y al que su mujer le encarga: “pues de paso me compras…” y me suelta una ristra de encargos de aquí te espero… No tengo más remedio que entrar en un café e intentar recordar al menos unas cuantas cosas… Y ahora si me permite… —volvió a ponerse la gafas y tomó el bolígrafo retornando a su tarea.

Una especie de sofoco me recorrió de arriba abajo. Me levanté de golpe y enfilé la puerta con decisión, pero una voz me volvió a la realidad…

   —¡ Oiga se va sin Pagar…!

viernes, 9 de agosto de 2019

Repasando la Historia


                                          Un repaso a la historia.

El  profesor cerró el libro con un movimiento automatizado y volviéndose hacia los alumnos  anunció:

   —Y por hoy esto es todo, mañana  continuaremos con el tema.

  La clase se vació pausadamente y tras el cierre de la puerta de acceso, don Esteban se dejó caer en la cómoda butaca adquirida bajo su expresa petición, se reclinó hacia atrás en un gesto de cansancio absoluto. Era la  tercera  clase que daba aquella mañana y se sentía realmente agotado. A veces se preguntaba si aquellas clases de historia que departía diariamente servirían de algo o representarían algún valor para la juventud  actual. Tal vez si se ideara un juego informático relativo a aquellos lejanos Reyes Godos con música de animación, el desarrollo de sus vidas podría ofrecer algún interés para el alumnado. Reposó la nuca en el borde de la butaca y entornó los ojos, centrando su atención en el menguante y lejano aullido de una sirena de  ignota procedencia, a la vez que percibía el declive de la luz diurna.

   De pronto un golpeo apremiante en la puerta le hizo erguirse bruscamente de su asiento. Se dirigió con premura hacia la misma procediendo a la apertura y su visión se centró en la presencia de un extraño personaje, vestido a la usanza de tiempos pretéritos, luciendo yelmo y espadón que no incitaban a la concordia precisamente.

    ¿Tiene un rey que pedir permiso a un simple súbdito para penetrar en un habitáculo o se le permite acceder sin más…?— dijo a la vez que irrumpía en el aula bruscamente y le empujaba hacia su atril— Retírese a su silla de ignorante…

Esteban, sudando por los cuatro costados, retrocedió hasta su sillón sin lograr apartar la vista de aquella visión algo fantasmagórica.

El figurón se reclinó sobre la mesa, depositó con un golpazo el espadón sobre la misma y mirándole fijamente a los ojos le espetó:

   —Soy Leovigildo rey de los Visigodos, el rey  más importante de todos los tiempos en la historia de tu ingrato país. El autor del Codigo más importante de mis tiempos, en el que unifique derechos de godos y romanos. Libré múltiples batallas en pos de constituir la unidad nacional, mucho antes que  vuestros laureados Reyes Católicos, mi hijo Hermenegildo murió defendiendo la nueva fé, el catolicismo, y mi otro hijo Recaredo la consolidó en este país. Instauré  y di su rango adecuado a la monarquía. ¿Cómo te atreves a dudar de nuestra importancia. de nuestro significada presencia en la historia de tu nación, bellaco…?— y tomando su tizona asestó tal golpe a la mesa que ,asustado. hizo  que el asustado profesor se refugiara bajo la misma.

   En esto se abrió la puerta, alguien encendió las luces y el Director dirigiéndose a don Esteban le increpó:

—¡Qué ruidos son estos…,¿qué hace usted por los suelos a estas  horas…?, ¡recoja usted ese  bolígrafo…!

    Don Esteban se puso en pié restregándose los ojos y mostrando el bolígrafo al director exclamó con voz tímida:

    ¡Es la espada del rey  Leovigildo…, señor!.

domingo, 4 de agosto de 2019

Las camas de antaño.




                  Las camas de antaño.





Desde luego eran muy superiores a las camas de hogaño.

Sobre  todo  aquellas dotadas de dosel y cortinillas anti mosquitos. Eran de señorial apariencia y el hecho de anunciar que nos íbamos a la cama denotaba algo así como un viaje hacia la comodidad, hacia la laxitud…

Bien es verdad que dada su envergadura no podían instalarse en cualquier parte, precisaban de un local al efecto que llamaban alcoba, palabra de entidad superior a cualquier habitación, ya que era destinada a dormir,....bueno, principalmente. Que recuerde, en un viaje de bodas a Segovia y en una casa seglar, nos facilitaron una habitación dotada de una cama de doble colchón de lana, de esos que te hundías profundamente, y que no te atrevías a moverte no se fuera a romper algo…Para colmo era invierno y el viento aullaba a su paso por las persianas casi toda la noche, caímos en tal sopor que dormimos 10 horas seguidas y a la mañana siguiente salimos zumbando hacia la costa….

jueves, 25 de julio de 2019

El autobus 51


                                      El autobús 51





En mis frecuentes viajes a Madrid soy un asiduo a esta línea de autobús que suelo tomar en la calle Serrano, cerca de la Embajada de los EEUU.

Desde esta parada me traslada a la Puerta del Sol punto de partida para diversas actividades. En su recorrido por la nombrada calle, que suele ser lento debido a los frecuentes cruces con calles importantes del barrio de Salamanca, tengo ocasión de contemplar el intenso tráfico humano así como la pluralidad de escaparates que exhiben infinidad de afamadas marcas de todo tipo, lo mejorcito de Madrid, lo que hace que sea una calle muy animada. Atraviesa Juan Bravo, Ortega y Gasset, Goya y finalmente alcanza Alcalá en su famosa Puerta, luego enfila Alcalá, Cibeles y se adentra Alcalá arriba hasta la Puerta del Sol, mostrando en su trayecto hermosos edificios como el Palacio de Linares, Buenavista, Edificio de Correos, Banco de España y los ubicados en la zona de Sevilla, Casino de Madrid etc…   Este recorrido es un placer para la vista, para mi es el corazón de Madrid…

Luego ya en la Puerta del Sol, que eludo por muy transitada, puedo elegir entre dirigirme al Labra a degustar los soldaditos de Pavía, frituras de bacalao, o bien decantarme por las gambas del Abuelo con vino Peleón, mientras recorro las carteleras de cinco teatros, para elegir y hago tiempo para disfrutar de una opípara comida en mis favoritos comedores: La Puebla o La Casa del Jamón que están por allí cerquita….¿Vale la pena o no…?

lunes, 8 de abril de 2019

Las sillas de Recoletos


                                 Las sillas de Recoletos.





  El Paseo de Recoletos es la prolongación del Paseo 
 del Prado hacia el Paseo de la Castellana,
 limitado en sus extremos por la Fuente de la Cibeles
 y la estatua de Colon  respectivamente, formando
 en su conjunto  una de las Avenidas más bellas y
 grandes de Europa.
 El trío constituye un equipo complementario si bien
 son distintos, con personalidad propia cada uno.
 El Prado desmpeñaba antaño el Paseo señorial
 donde se exhibían las modas y las berlinas,
 hoy en día podríamos  llamarle Paseo Cultural,
 dotado de dos importantes Museos, el Real Jardín
Botánico y en su entorno el templo de San Jerónimo
 el Real, umbral de bodas de los aludidos.
 Es un paseo que tira hacia la imaginaria Viena. 
La Castellana es más bien parisina con mezclas de
 museos y prominentes edificios..., más actual.

   Pero yo ahora voy a referirme a ciertas sillas
 metálicas que el Ayuntamiento tuvo a bien situar,
 allá por los años cincuenta o así, en pleno Paseo de
 Recoletos y que, previo pago de una cantidad nimia, 
permitía a los viandantes disfrutar de “la fresca”
 en los atardeceres de los terribles veranos, 
a la par que se contemplaba el paseo de los osados
 peatones ajenos a la calima reinante.

   Mi madre me condujo más de una vez a las 
citadas sillas donde permanecíamos sentados
 por espacio de cerca de una hora, allí la gente
 hablaba muy bajito,sin querer ser protagonista.
 Era un entorno modesto y señorial donde se hacían
 evidentes los valores cívicos de la época.
 Acudir a Recoletos era importante, se saludaba
 a la gente a la que solo se conocía de vista
 con ligeras inclinaciones de cabeza o mano 
al ala del sombrero, Me explicaban que aquellas
 gentes sin tener nada tampoco carecían de nada,
 eran gente educada y corriente, enamorada de
 aquel paseo que contaba con tres de los más
 importantes palacios madrileños, con iglesia y
 Biblioteca Nacional.

   No se toleraban tómbolas gritonas ni canciones
 estridentes, y cuando se exponía la Feria
 del Libro, Recoletos aguantaba estoicamente
 las multitudes en pro de la cultura.

  Yo entonces no lo entendía, pero ahora cuando
 lo recorro, he pasado a valorarlo como se merece.
                               
 Son cosas de Madrid….

miércoles, 30 de enero de 2019

Recuerdos




                      Recuerdo agridulce.





   Erase una vez un colega colegial, allá por mis 12 años, que a la salida del cole me citó para enseñarme el juego de los boliches. Apareció con una bolsa llena de bolas de colorines, las más preciadas de acero, y nos lanzamos suelos adelante del zaguán tratando de realizar carambolas entre ellas, a costa de ponernos rodillas y codos como el carbón.

   Mi amigo Velasco, así se llamaba, a pesar de su miopía era un figura en tal faena y yo no daba una, lo mío eran las chapas.   



   Seguramente en algún portal del cielo se habrá proclamado campeón.


Un cirtadito original




             Un cortadito original….





El abuelo, tras tomar un sorbo de café, soltó un puaffff… y sacando de su boca un tropiezo lo depositó sobre la mesa. Los concurrentes observaron la pieza con curiosidad exclamando:

  ¡Un diente…!

Todas las miradas concurrieron en Pedrito.

 El abuelo irritado le inquirió: 

 ― ¿Qué es esto niño…?

  Pedrito, colorado como un tomate, respondió:

― Lleva tres semanas debajo de mi almohada y ni ratoncito

Pérez ni madre que…  Como decís que es de leche os lo puse                                     para un cortadito…