lunes, 20 de mayo de 2013

Eso de la libertad...

Pues resulta que estaba citado en la Plaza de Callao con unos amigos y decidí tomar el autobús 51 desde
Serrano, con la sana intanción de trasladarme hasta la puerta del Sol y desde allí alcanzar mi destino a base
 de piernas. Pero héte aquí que al llegar a la Puerta de Alcalá, el conductor nos anunció el desalojo del transporte urbano, por estar cortado el tráfico en adelante. Una vez apeado dirigí la mirada hacia mi castiza calle de Alcalá y pude distinguir una considerable horda humana, que se dirigía, considerablemente empancartada ( de pancarta, lo acabo de inventar), hacia el alojamiento del Kilómetro cero.
Alguien me explicó que haciendo uso de la libertad de expresión, la multitud se expresaba ordenadamente
en franca protesta por alguna de las leyes en proyecto, al parecer.
Total que hube de recorrer el resto de mi camino en penosa cuesta arriba, resintiéndome sensiblemente en mi sistema propio de transporte, no sin ronronear ciertos juramentos en hebreo y demás lenguas afines.
Para colmo, al alcanzar la cúspide una bípeda me arrebato alevosamente un asiento público, dejándome con las ganas. ¡Hombre estas cosas no se hacen con un aborígen en tránsito...!
Parece ser que haciendo uso de la mencionada libertad, este suceso se viene repitiendo cada vez que a los que mandan se les ocurre dictaminar alguna reforma educativa, laboral, social. o lo que sea; después de
haberlos elegido electoralmente por amplia mayoría, pues la verdad no lo entiendo...y mis piernas menos.
Propongo que primero se pongan de acuerdo y si no lo hubiere se autorice el evento en el Cerro del Pimiento, Casa de Campo o algo por el estilo. Con ello se beneficiaría el mobiliario urbano de Madrid,
que se queda hecho un asquito, se protegería el descanso  y el footing quedaría para los voluntarios y no para los ya algo veteranos.        ¿No les parece...?

domingo, 28 de abril de 2013

Estaciones...

La estación. Las estaciones tenían algo entrañable. Posiblemente en mayor o menor grado todas lo tengan, pero ahora me refiero a una estación de ferrocarril muy grande, Madrid Puerta de Atocha. Años ha, podían apreciarse en sus andenes situaciones muy emotivas, despedidas ostentosas a aquellos hijos, que maleta semiacartonada en mano, emprendían la aventura del servicio militar o del trabajo en otra provincia. Las madres se ponían moradas de lagrimeo mientras los padres opinaban : “¡ Déjale que se haga un hombre...! “, frase con profundo fondo filosófico. Yo recuerdo las partidas y arribadas de mi padre, quien por su trabajo viajaba con frecuencia. Acudíamos presurosos a la estación, mi madre y yo de la mano, para recibir al fumigoso ferrocarril, cuya negra locomotora ponía la estación perdida de humo y producía una sensación terrorífica al penetrar. Había que sacar un billete de andén muy barato para acceder a los andenes y allí aguardábamos impacientes la entrada del monstruo, quien con una estruendosa pitada, decía: aquí estoy. Mi progenitor que era de un vestir impoluto, portaba su cuello de camisa, blanco en origen, con un sombreado parecido al techo de la estación, cuyos cristales eran ya impenetrables por los rayos solares. Tras los saludos de rigor y sorteando a los maleteros, que se ganaban la vida bajo boina y portando equipajes a precios módicos, salíamos a la calle para luego volver a bajar por la estación del metro, al otro lado de la plaza. Comodísimo…Siempre nos traía un presente que aceptábamos con cariño, pero la mayor alegría era cuando anunciaba: “ ¡Y ahora tres meses en Madrid...! “. El bendito teatro que nos permitió soportar aquellos años de carestía…. Bueno, no nos salgamos del tema. Las estaciones eran entrañables como he dicho por ser lugares de efusivas despedidas y alegres reencuentros, eran la chispa de la monotonía. Era hasta motivo de alegría decir: “ ¡Mañana voy a la Estación...! “. Pero la cosa ha cambiado. El público ya no accede a los andenes porque existen unos tornos que precisan del billete de viaje. Se acabaron los abrazos a pie de andén, los pañuelos al viento y las manos alzadas. Casi nadie despide a nadie y si lo recibe es en la cafetería. Ha terminado la ilusión, la espontaneidad del abrazo emocionado. También ha terminado, afortunadamente, el copioso humo y los emboinados mozos portamaletas que nos asediaban con sus carritos. Pero que quieren...,¡a mi todo aquello me gustaba …! José Luis.

jueves, 27 de diciembre de 2012

La reunión

La reunión ̶ ¿Y dice Vd que vendrá mucha gente a verme...? ̶ Por supuesto y habrá música, flores, peinetas y mantones de Manila. ̶ Y conoceré a un caballo en una tarde de sol brillante, donde los “olés” poblarán el ambiente. ̶ Por supuesto y al final verá Vd. las estrellas... El Miura subió a la camioneta, pero no las tenía todas consigo...

viernes, 30 de noviembre de 2012

La fuga

La fuga. No podía más, aquel hombre tenía algo que brillaba en su mano, se ponía de puntillas y le miraba fijamente. Dió media vuelta, saltó la barrera y recorrió al trote la andanada. Luego enfiló la puerta principal y a toda velocidad bajó la calle Alcalá, la M-30 y torció por la N II. Pasada la Pedregosa el primer pueblo era Soses, allí ya sin resuello se dirigió al primer mosso d´Esquadra que pilló: ̶ Asil polític, si us plau...

viernes, 16 de noviembre de 2012

El diente

El diente. El almuerzo había sido completamente satisfactorio. Doña Asunción, como todos los jueves, se había esmerado en el cocido familiar al que no había faltado de nada, incluida la famosa carne de morcillo. Como remate el melón sabía a almívar ̶ Así da gusto comer en casa. ¿Dónde ibamos a desgustar esta sopa de cocido y estos garbanzos que se deshacen con mirarlos, y el tocinito y la morcilla que estaba de rechupete...?̶ ,̶ se expresaba don Ramón con cara da angelito de Rubens. ̶ Bueno no habrá sido para tanto, lo que pasa es que una hace las cosas con cariño y a veces salen bien... ̶ replicó modestamente la cocinera. ̶ Bien..., ̶ exclamó el jefe familia ̶ esto es una maravilla... Y sin poderse contener se levantó y aproximándose a su media naranja le proporcionó dos sonoros besos en plena frente. Ante tal expresión de afecto el resto de los comensales, es decir los abuelos Angustias y Marcelo y los pitufos Rosita y Javierín, prorrumpieron en un masivo aplauso. Doña Asun visiblemente emocionada se levantó y anunció: ̶ Voy a calentar el café para después del postre. Regresó con la cafetera echando humo y sirvió media taza a los mayores. Al remover el azúcar, don Ramón paró de repente en seco, sacó la cucharilla y exclamó alarmado: ̶ ¡Un diente..., aquí dentro hay un diente...! Todas las miradas convergieron en la temblorosa cucharilla que se ofrecía a su vista, con un diente náufrago rodeado de café. Rosita exclamó de motu propio: ̶ ¡Puaf que asco...! A la pobre doña Asun no le faltaba mas que llorar, los abuelos se miraron con desconfianza y Javierito salió corriendo. Pero Rosita, dominado la situación exclamó: ̶ Esto lo aclaramos ahora mismo. ¡A ver Abuela...!, abra usted la boca ̶ tras examinarla detenidamente, dijo ̶ completa... ¡Ahora usted...abuelo...! Pero el abuelo ya se había imginado la jugada y sin mas, plantó con energía las dos partes de su dentadura, con algo de morcilla alojada, sobre la mesa. ̶ Estos son mis poderes, ¡con dos...! (era forofo del Cardenal Cisneros...). A don Ramón, del susto se le fueron cucharilla y diente al suelo. ̶ ¡A mi me da algo...! ̶̶ exclamó la cocinera, llevándose las manos al recogido... ̶ ¡Javierito...! ̶ bufió más que chilló el jefe. Javierito desde el umbral con cara de circunstancias se expresó: ̶ Dos semanas se ha pegado bajo la almohada y ni ratoncito Pérez ni madre que lo trajo... Como decís que es de leche me dije que serviría para un cortadito...

martes, 13 de noviembre de 2012

De escaparates. Yo recuerdo que in illo tempore mi progenitora salía con alguna de sus amigas y, honrándome con su compañía, alguna que otra vez fui castigado a algo terrible: “Ir de escaparates”. Se trataba de una lenta procesión cuyo objetivo era contemplar uno a uno, salvo raras excepciones, todos los escaparates a tiro, para lo cual se elegían las calles más comerciales. Generalmente el hecho se prodigaba los lunes, pues los comercios cambiaban los fines de semana sus balcones al público. Como quiera que el horno no estaba para bollos…, constituía una distracción gratisdata al alcance de todos los bolsillos, pero que resultaba un tormento para el que suscribe, que prefería jugar a las chapas. Bien, pues en conmemoración del pasado, el otro día repase los escaparates de una calle de la ciudad que habito. Llamó poderosamente mi curiosidad, el lujo, la pomposidad y boato de un establecimiento dedicado a cocinas. Exhibía el mencionado tres salones-cocina, a cual más relumbrante, armarios de apertura automática, electrodomésticos de tecnología punta, cristales pavonados, acero inoxidable, incluso dos taburetes con forma de setas. El precio, mejor ni preguntarlo, aquello parecía de otra galaxia. Quedé impresionado por tanta belleza doméstica, pero con lo que no estuve de acuerdo era con el rotulado exterior que especificaba “COCINAS”. Eso no era para mis sentidos una cocina, o lugar donde se confeccionaba, muchas veces con más amor que elementos, la comida familiar. Donde en los días invernales muchas veces me refugié, porque se estaba calentito, donde había una mesita con mantel a cuadros rojo y blanco, como banco de trabajo para limpiar lentejas, seleccionar hortalizas, pelar patatas y demás menesteres propios de la faena. Donde enérgicamente ayudaba con el soplillo a avivar el difícil fuego necesario, luchando contra la pillería del carbonero que nos vendía el carbón mezclado. Donde a veces se escuchaban cuentos improvisados, que alguien con más voluntad que imaginación trataba de dar forma, cuentos que siempre acababan bien, como debe ser. Donde a veces se proponía realizar allí mismo la comida, para dejar el comedor impoluto para las visitas. Las cocinas expuestas eran habitáculos de lujo, automatismo, ostentación, cocinas con glamour, lo que se quiera, pero para mi nunca podrían desprender el arrope, el calor de hogar de las de antaño, donde a veces la vida familiar se mostraba más realizada, más evidente. Y para colmo, las expuestas no tenían siquiera, ni calderos colgados en las paredes. ¡Qué ignorancia...! 3.-

sábado, 20 de octubre de 2012

Ordenadores mudos

Ordenadores mudos. Mi ordenador no hace ruido alguno y eso me tiene mosca. Si realizara el tableteo que orquestaban las máquinas de escribir de antaño, seguramente me libraría de ser interrumpido con tanta frecuencia por mis allegados, que pensarían: “dejémosle, que está trabajando…” Incluso pudiera ser que el tecleo instara a pensar a la vecindad, “debe haber un escritor entre nosotros…”. Pero nada de esto acaece, no hace ruido alguno, se limita a reflejar mis relatos sin el más mínimo comentario, acepta sin rechistar mis correcciones y al final me muestra el producto para mi aprobación o deshecho. Es frío e impávido no dice absolutamente nada, ni aplaude ni censura. ¡Hombre…, yo tampoco espero una ovación cerrada a cada intento de relato! Tampoco un abucheo, por supuesto, pero podía estar programado al menos para animar al ejecutante, admitiendo su esfuerzo. Con un “¡adelante que la cosa mejora…!”, o algo así, me conformaría, pero que si quieres arroz… Por eso he decidido escribir bajo la influencia de alguna música, alguna melodía de esas que te levantan la moral y al pairo de sus sones, y tras las oportunas correcciones, estimo correcto pulsar el “guardar”, obviando el “eliminar”. La letra impresa, independiente de la calidad de lo escrito, es fría, insensible, no transmite afecto ni ilusión, Habrá que inventar el libro sonoro. Por todo ello querido lector, si alguna vez te viene bien, te agradecería que me enviaras alguna postal, cualquier postal, escrita a mano… No hace falta que me digas nada interesante, tan sólo quiero ver tu palabra manuscrita. ¡Me haría tanta ilusión…! -------------------------------

El diente

El diente. El almuerzo había sido completamente satisfactorio. Doña Asunción, como todos los jueves, se había esmerado en el cocido familiar al que no había faltado de nada, incluida la famosa carne de morcillo. Como remate el melón sabía a almívar ̶ Así da gusto comer en casa. ¿Dónde ibamos a desgustar esta sopa de cocido y estos garbanzos que se deshacen con mirarlos, y el tocinito y la morcilla que estaba de rechupete...?̶ ,̶ se expresaba don Ramón con cara da angelito de Rubens. ̶ Bueno no habrá sido para tanto, lo que pasa es que una hace las cosas con cariño y a veces salen bien... ̶ replicó modestamente la cocinera. ̶ Bien..., ̶ exclamó el jefe familia ̶ esto es una maravilla... Y sin poderse contener se levantó y aproximándose a su media naranja le proporcionó dos sonoros besos en plena frente. Ante tal expresión de afecto el resto de los comensales, es decir los abuelos Angustias y Marcelo y los pitufos Rosita y Javierín, prorrumpieron en un masivo aplauso. Doña Asun visiblemente emocionada se levantó y anunció: ̶ Voy a calentar el café para después del postre. Regresó con la cafetera echando humo y sirvió media taza a los mayores. Al remover el azúcar, don Ramón paró de repente en seco, sacó la cucharilla y exclamó alarmado: ̶ ¡Un diente..., aquí dentro hay un diente...! Todas las miradas convergieron en la temblorosa cucharilla que se ofrecía a su vista, con un diente náufrago rodeado de café. Rosita exclamó de motu propio: ̶ ¡Puaf que asco...! A la pobre doña Asun no le faltaba mas que llorar, los abuelos se miraron con desconfianza y Javierito salió corriendo. Pero Rosita, dominado la situación exclamó: ̶ Esto lo aclaramos ahora mismo. ¡A ver Abuela...!, abra usted la boca ̶ tras examinarla detenidamente, dijo ̶ completa... ¡Ahora usted...abuelo...! Pero el abuelo ya se había imginado la jugada y sin mas, plantó con energía las dos partes de su dentadura, con algo de morcilla alojada, sobre la mesa. ̶ Estos son mis poderes, ¡con dos...! (era forofo del Cardenal Cisneros...). A don Ramón, del susto se le fueron cucharilla y diente al suelo. ̶ ¡A mi me da algo...! ̶̶ exclamó la cocinera, llevándose las manos al recogido... ̶ ¡Javierito...! ̶ bufió más que chilló el jefe. Javierito desde el umbral con cara de circunstancias se expresó: ̶ Dos semanas se ha pegado bajo la almohada y ni ratoncito Pérez ni madre que lo trajo... Como decís que es de leche me dije que serviría para un cortadito...

martes, 13 de noviembre de 2012

De escaparates. Yo recuerdo que in illo tempore mi progenitora salía con alguna de sus amigas y, honrándome con su compañía, alguna que otra vez fui castigado a algo terrible: “Ir de escaparates”. Se trataba de una lenta procesión cuyo objetivo era contemplar uno a uno, salvo raras excepciones, todos los escaparates a tiro, para lo cual se elegían las calles más comerciales. Generalmente el hecho se prodigaba los lunes, pues los comercios cambiaban los fines de semana sus balcones al público. Como quiera que el horno no estaba para bollos…, constituía una distracción gratisdata al alcance de todos los bolsillos, pero que resultaba un tormento para el que suscribe, que prefería jugar a las chapas. Bien, pues en conmemoración del pasado, el otro día repase los escaparates de una calle de la ciudad que habito. Llamó poderosamente mi curiosidad, el lujo, la pomposidad y boato de un establecimiento dedicado a cocinas. Exhibía el mencionado tres salones-cocina, a cual más relumbrante, armarios de apertura automática, electrodomésticos de tecnología punta, cristales pavonados, acero inoxidable, incluso dos taburetes con forma de setas. El precio, mejor ni preguntarlo, aquello parecía de otra galaxia. Quedé impresionado por tanta belleza doméstica, pero con lo que no estuve de acuerdo era con el rotulado exterior que especificaba “COCINAS”. Eso no era para mis sentidos una cocina, o lugar donde se confeccionaba, muchas veces con más amor que elementos, la comida familiar. Donde en los días invernales muchas veces me refugié, porque se estaba calentito, donde había una mesita con mantel a cuadros rojo y blanco, como banco de trabajo para limpiar lentejas, seleccionar hortalizas, pelar patatas y demás menesteres propios de la faena. Donde enérgicamente ayudaba con el soplillo a avivar el difícil fuego necesario, luchando contra la pillería del carbonero que nos vendía el carbón mezclado. Donde a veces se escuchaban cuentos improvisados, que alguien con más voluntad que imaginación trataba de dar forma, cuentos que siempre acababan bien, como debe ser. Donde a veces se proponía realizar allí mismo la comida, para dejar el comedor impoluto para las visitas. Las cocinas expuestas eran habitáculos de lujo, automatismo, ostentación, cocinas con glamour, lo que se quiera, pero para mi nunca podrían desprender el arrope, el calor de hogar de las de antaño, donde a veces la vida familiar se mostraba más realizada, más evidente. Y para colmo, las expuestas no tenían siquiera, ni calderos colgados en las paredes. ¡Qué ignorancia...! 3.-

sábado, 20 de octubre de 2012

Ordenadores mudos

Ordenadores mudos. Mi ordenador no hace ruido alguno y eso me tiene mosca. Si realizara el tableteo que orquestaban las máquinas de escribir de antaño, seguramente me libraría de ser interrumpido con tanta frecuencia por mis allegados, que pensarían: “dejémosle, que está trabajando…” Incluso pudiera ser que el tecleo instara a pensar a la vecindad, “debe haber un escritor entre nosotros…”. Pero nada de esto acaece, no hace ruido alguno, se limita a reflejar mis relatos sin el más mínimo comentario, acepta sin rechistar mis correcciones y al final me muestra el producto para mi aprobación o deshecho. Es frío e impávido no dice absolutamente nada, ni aplaude ni censura. ¡Hombre…, yo tampoco espero una ovación cerrada a cada intento de relato! Tampoco un abucheo, por supuesto, pero podía estar programado al menos para animar al ejecutante, admitiendo su esfuerzo. Con un “¡adelante que la cosa mejora…!”, o algo así, me conformaría, pero que si quieres arroz… Por eso he decidido escribir bajo la influencia de alguna música, alguna melodía de esas que te levantan la moral y al pairo de sus sones, y tras las oportunas correcciones, estimo correcto pulsar el “guardar”, obviando el “eliminar”. La letra impresa, independiente de la calidad de lo escrito, es fría, insensible, no transmite afecto ni ilusión, Habrá que inventar el libro sonoro. Por todo ello querido lector, si alguna vez te viene bien, te agradecería que me enviaras alguna postal, cualquier postal, escrita a mano… No hace falta que me digas nada interesante, tan sólo quiero ver tu palabra manuscrita. ¡Me haría tanta ilusión…! -------------------------------