La
Calle Pozas.
La calle Pozas es una calle chiquita de
Madrid, algo empinada, situada en pleno centro de la capital, se accedía y
accede a ella entrando por la calle del Pez, desde San Bernardo y se encuentra
la primera a mano izquierda. Es una calle de pocos números que termina en una
transversal, la calle del Espíritu Santo.
¿A qué viene
tan detallada descripción… ?, pues viene a que recientemente , en mi última
estancia en Madrid, pasé por la calle del Pez y mi vista tropezó con la subida
a la calle Pozas. Yo he vivido en esa calle de pequeño, en el número 3, en casa
de Doña Amparo. Estoy hablando del año 1944 o por ahí. En su constante pulular
por las calles de Madrid, y siendo fiel seguidora de la tesis de que no hay por
qué sujetarse a un determinado barrio, habiendo facilidades para cambiar, mi
madre y yo recalamos en la citada calle durante unos meses, antes del viaje a Canarias. Mi padre estaba
haciendo su tournée teatral en provincias.
Esforzándome
por recordar tiempos ya caducados, penetré en un café de la zona y sentado en
una mesa junto a una ventana que a la calle en cuestión asomaba y mientras
saboreaba un café, vino a mi mente mi amigo Alfonsito.
Alfonsito
vivía en mi portal un piso más arriba y una tarde en que yo estaba sentado en
el rellano, me abordó presentándose a si
mismo.
.—¡Hola, soy
Alfonsito…! (por entonces todos nuestros nombres acababan en “ito”, qué bonito,
¿verdad….?) y me ha dicho mi madre que baje a jugar contigo, que eres nuevo y
no conocerás a nadie. ¿ Quieres que seamos amigos… ?.
Ante aquel
desparpajo de mi desconocido vecino yo,
que no era nada corto, quedé sorprendido y me apresuré a decirle.
—- Pues claro,
la verdad es que me cambio tanto de casa que cuando empiezo a tener amigos se
me esfuman.
— Yo tampoco
tengo muchos amigos, pero te presentaré uno que vive ahí enfrente. -Me replicó
señalándome un portal.—Te voy a dar un poco de chocolate, — y sin darme opción
alguna partió su tableta por la mitad y me la puso en la mano.
Alfonsito
llevaba unas gafas redondas de las de casi culo de vaso y al ver que yo las
observaba, me dijo que eran para curarse la miopía, pero que en un par de años
se las quitarían.
— Naturalmente, te quedarás muy bien. –
Alfonsito esbozó una sa de agradecimiento y entonces supe que
me lo había ganado.
Con mi nuevo amigo y algún otro empecé a competir en el famoso deporte
de las chapas. Comprábamos las caras de los futbolistas, las pegábamos dentro
de las chapas, marcábamos con tiza un campo de futbol en el portal elegido y
comenzábamos nuestra liga particular, de la que terminábamos cada día con los
codos negros como tizos, las rodillas ídem de lo mismo y a pesar de las broncas
maternas y de las porteras que a veces nos echaban a escobazos. Fuimos la
generación de futuros seguidores del Madrid, del Barcelona, del Atlético y demás competidores.
No creo que en la actualidad ningún niño con juguete alguno, llegue a
disfrutar como nosotros lo hacíamos con nuestras aguerridas chapas.
También me inició en el juego de las bolas o boliches, me llevó a un taller donde nos regalaban bolas de acero de cojinetes viejos y a los portales se ha dicho. Nosotros no fuimos niños de calle, fuimos niños de portal y más de un portero nos contemplaba extasiado mientras competíamos, en tanto la portera, que nos ponía a parir, iba a por la escoba…..
Alfonsito era un poco más bajo que yo, pero listo como una ardilla y
cuando salíamos a dar un paseo me pasaba graciosamente la mano por el hombro,
en plan protector y amigo, y yo desesperaba hasta que llegaban las cinco, tras
la obligada digestión, para bajar al portal y reunirme con mi amigo. Después y
con motivo de mi viaje no volví a verle.
Ahora forzando los recuerdos, cuando regresé de Canarias, allá por el
año 50.un día me acerqué al barrio y pregunté a la portera por Alfonsito.
— Pues fue una desgracia,
Alfonsito se ahogó en una piscina que creo se llamaba el Nido o algo parecido,
hace unos años.
Al evocar este recuerdo el café me supo amargo, pensé que no me había
despedido de mi primer amigo, de Alfonsito cuando partí, y no tuve ocasión de
decirle que siempre le recordaría, ni de comprobar si las gafas aquellas tan
horrorosas le habían corregido la miopía.
Salí del café algo abatido, lancé mi última mirada a la calle Pozas y tuve que sacarme el pañuelo del bolsillo, parece ser que algo me molestaba en los ojos…..