La Póliza.
Acabo
de leer una novela, de las antiguas, de las buenas, en las que se hacía
referencia a esta palabra, que fue maldita para muchos y durante mucho tiempo.
Siempre
que se cursaba alguna solicitud, sea del tipo que fuere, el agrio, por lo
general, ocupante de la ventanilla de atención al público, tras calarse a fondo
las gafas y leer detalladamente el contenido del escrito, levantaba la vista y
lanzaba la pregunta maldita . “¿Y la poliza…?”
Generalmente
en los organismos oficiales y para mantener el orden se aposentaban una pareja
de Grises, Policía nacional, que paseo
arriba y abajo intimidaban a la concurrencia sin duda con la mejor de las
intenciones.
Al
recibir la airada pregunta del ventanillero y observar de reojo el vaivén de
los antes citados, automáticamente te ponías amarillo y con sensación de
diarrea.
—
¡Ay
madre que es eso…¡—exclamabas con la voz en un hilo.
—
Pero
hombre, ¡no sabe usted que las instancias tienen que ir acompañadas de una póliza…!
—
¿Y
eso que es…?
—
Pues
mire es una especie de sello, como los de correos, que venden en los estancos.
En la esquina hay uno.
Dirigido
al estanco y tras la pertinente cola, ya era la segunda que hacía, el
estanquero me inquirió: “¿Una póliza de
cuánto…?
—
¡Sopla…yo que sé…!, mire yo lo que quería es tirar un tabique…
— A mí no me cuente usted su vida. ¿De cuánto …!
—¡Qué precio tienen …?
— Pues de 5, 25, 50 pts…
—No sé …, como el tabique es pequeño, démela de 25, creo
bastará.
Personado de nuevo en la oficina relacionada, pretendí
saltarme la cola, pero ante el abucheo general uno de los grises me señaló el
final de la cola. Tercera.
—Hombre usted otra vez…
—Sí, con la póliza de marras…
—Aquí sobra
dinero…
Una vez sellada, recepcionada
y con el resguardo en
mano, añadí:
—
Quédese
la vuelta y sonría …¡coño..!.