El diente
El diente.
El almuerzo había sido completamente satisfactorio. Doña Asunción, como
todos los jueves, se había esmerado en el cocido familiar al que no
había faltado de nada, incluida la famosa carne de morcillo. Como remate
el melón sabía a almívar
̶ Así da gusto comer en casa. ¿Dónde ibamos a desgustar esta sopa
de cocido y estos garbanzos que se deshacen con mirarlos, y el tocinito y
la morcilla que estaba de rechupete...?̶ ,̶ se expresaba don Ramón con
cara da angelito de Rubens.
̶ Bueno no habrá sido para tanto, lo que pasa es que una hace las
cosas con cariño y a veces salen bien... ̶ replicó modestamente la
cocinera.
̶ Bien..., ̶ exclamó el jefe familia ̶ esto es una maravilla...
Y sin poderse contener se levantó y aproximándose a su media
naranja le proporcionó dos sonoros besos en plena frente. Ante tal
expresión de afecto el resto de los comensales, es decir los abuelos
Angustias y Marcelo y los pitufos Rosita y Javierín, prorrumpieron en un
masivo aplauso.
Doña Asun visiblemente emocionada se levantó y anunció:
̶ Voy a calentar el café para después del postre.
Regresó con la cafetera echando humo y sirvió media taza a los mayores.
Al remover el azúcar, don Ramón paró de repente en seco, sacó la
cucharilla y exclamó alarmado:
̶ ¡Un diente..., aquí dentro hay un diente...!
Todas las miradas convergieron en la temblorosa cucharilla que se
ofrecía a su vista, con un diente náufrago rodeado de café.
Rosita exclamó de motu propio:
̶ ¡Puaf que asco...!
A la pobre doña Asun no le faltaba mas que llorar, los abuelos se
miraron con desconfianza y Javierito salió corriendo. Pero Rosita,
dominado la situación exclamó:
̶ Esto lo aclaramos ahora mismo. ¡A ver Abuela...!, abra usted la
boca ̶ tras examinarla detenidamente, dijo ̶ completa... ¡Ahora
usted...abuelo...!
Pero el abuelo ya se había imginado la jugada y sin mas, plantó con
energía las dos partes de su dentadura, con algo de morcilla alojada,
sobre la mesa.
̶ Estos son mis poderes, ¡con dos...! (era forofo del Cardenal
Cisneros...).
A don Ramón, del susto se le fueron cucharilla y diente al suelo.
̶ ¡A mi me da algo...! ̶̶ exclamó la cocinera, llevándose las manos
al recogido...
̶ ¡Javierito...! ̶ bufió más que chilló el jefe.
Javierito desde el umbral con cara de circunstancias se expresó: ̶
Dos semanas se ha pegado bajo la almohada y ni ratoncito Pérez ni madre
que lo trajo... Como decís que es de leche me dije que serviría para un
cortadito...
martes, 13 de noviembre de 2012
De escaparates.
Yo recuerdo que in illo tempore mi progenitora salía con alguna de sus
amigas y, honrándome con su compañía, alguna que otra vez fui castigado a
algo terrible:
“Ir de escaparates”.
Se trataba de una lenta procesión cuyo objetivo era contemplar uno a
uno, salvo raras excepciones, todos los escaparates a tiro, para lo cual
se elegían las calles más comerciales. Generalmente el hecho se
prodigaba los lunes, pues los comercios cambiaban los fines de semana
sus balcones al público. Como quiera que el horno no estaba para
bollos…, constituía una distracción gratisdata al alcance de todos los
bolsillos, pero que resultaba un tormento para el que suscribe, que
prefería jugar a las chapas.
Bien, pues en conmemoración del pasado, el otro día repase los
escaparates de una calle de la ciudad que habito. Llamó poderosamente mi
curiosidad, el lujo, la pomposidad y boato de un establecimiento
dedicado a cocinas. Exhibía el mencionado tres salones-cocina, a cual
más relumbrante, armarios de apertura automática, electrodomésticos de
tecnología punta, cristales pavonados, acero inoxidable, incluso dos
taburetes con forma de setas. El precio, mejor ni preguntarlo, aquello
parecía de otra galaxia.
Quedé impresionado por tanta belleza doméstica, pero con lo que no
estuve de acuerdo era con el rotulado exterior que especificaba
“COCINAS”.
Eso no era para mis sentidos una cocina, o lugar donde se
confeccionaba, muchas veces con más amor que elementos, la comida
familiar. Donde en los días invernales muchas veces me refugié, porque
se estaba calentito, donde había una mesita con mantel a cuadros rojo y
blanco, como banco de trabajo para limpiar lentejas, seleccionar
hortalizas, pelar patatas y demás menesteres propios de la faena. Donde
enérgicamente ayudaba con el soplillo a avivar el difícil fuego
necesario, luchando contra la pillería del carbonero que nos vendía el
carbón mezclado.
Donde a veces se escuchaban cuentos improvisados, que alguien con más
voluntad que imaginación trataba de dar forma, cuentos que siempre
acababan bien, como debe ser. Donde a veces se proponía realizar allí
mismo la comida, para dejar el comedor impoluto para las visitas.
Las cocinas expuestas eran habitáculos de lujo, automatismo,
ostentación, cocinas con glamour, lo que se quiera, pero para mi nunca
podrían desprender el arrope, el calor de hogar de las de antaño, donde a
veces la vida familiar se mostraba más realizada, más evidente.
Y para colmo, las expuestas no tenían siquiera, ni calderos colgados
en las paredes. ¡Qué ignorancia...!
3.-
sábado, 20 de octubre de 2012
Ordenadores mudos
Ordenadores mudos.
Mi ordenador no hace ruido alguno y eso me tiene mosca. Si realizara el
tableteo que orquestaban las máquinas de escribir de antaño, seguramente
me libraría de ser interrumpido con tanta frecuencia por mis allegados,
que pensarían: “dejémosle, que está trabajando…” Incluso pudiera ser
que el tecleo instara a pensar a la vecindad, “debe haber un escritor
entre nosotros…”.
Pero nada de esto acaece, no hace ruido alguno, se limita a reflejar mis
relatos sin el más mínimo comentario, acepta sin rechistar mis
correcciones y al final me muestra el producto para mi aprobación o
deshecho.
Es frío e impávido no dice absolutamente nada, ni aplaude ni censura.
¡Hombre…, yo tampoco espero una ovación cerrada a cada intento de
relato! Tampoco un abucheo, por supuesto, pero podía estar programado al
menos para animar al ejecutante, admitiendo su esfuerzo. Con un
“¡adelante que la cosa mejora…!”, o algo así, me conformaría, pero que
si quieres arroz…
Por eso he decidido escribir bajo la influencia de alguna música, alguna
melodía de esas que te levantan la moral y al pairo de sus sones, y
tras las oportunas correcciones, estimo correcto pulsar el “guardar”,
obviando el “eliminar”. La letra impresa, independiente de la calidad de
lo escrito, es fría, insensible, no transmite afecto ni ilusión, Habrá
que inventar el libro sonoro.
Por todo ello querido lector, si alguna vez te viene bien, te
agradecería que me enviaras alguna postal, cualquier postal, escrita a
mano… No hace falta que me digas nada interesante, tan sólo quiero ver
tu palabra manuscrita.
¡Me haría tanta ilusión…!
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