viernes, 4 de marzo de 2011

Digestiones...

Digestiones violentas.

Estaba emocionado. El lugar, al que no podía recordar como había accedido,
era de lo mas pintoresco. Dos ríos formaban parte del paisaje, los cuales se unían en forma de V y juntos seguían su cauce bajo un puente de estilo indefinido, pero de antigüedad evidente. Las mansiones de una sola planta estaban rematadas por guardillas con tejados de pronunciada pendiente, debía ser una zona muy lluviosa a juzgar por el generoso césped que colmaba los parques y las hierbas que pugnaban por emerger entre los adoquines de las calzadas. Todas las viviendas disponían de un pequeño jardín frontal, garaje adosado y huerto trasero, donde cada propietario cultivaba sus productos preferidos. Ninguna mostraba nombre alguno, tan solo una numeración correlativa permitía distinguir unas de otras. A lo lejos la efigie de una iglesia de estilo medieval, rompía la igualdad del paisaje. La afluencia de peatones era escasa y nuestro hombre buscaba un lugar donde rellenar su estómago y saciar la sed.
De pronto al girar una calle se tropezó con una especie de mesón, de cuyo interior procedía un murmullo que rompía la quietud del entorno. Se dirigió a su interior con decisión y tras franquear la puerta penetró en un animado local.
Lugareños circundaban las mesas existentes en animada conferencia y sobre las mismas podían distinguirse espumeantes jarras de cerveza, que sus propietarios alzaban una y otra vez en ostentosos y ruidosos brindis.
Se dirigió hacia una esquina de la barra, que estaba desierta, y tomando asiento en un taburete contempló la totalidad del recinto. La gente lo estaba pasando bien allí, se les apreciaba risueños y algo escandalosos, a lo que sin duda contribuía el consumo de la dorada bebida. Hablaban y reían ostentosamente y apuraban una jarra tras otra.
A su vez encargó una cerveza y para comer solicitó el anunciado plato de la casa, que le fue servido con prontitud. Consistía éste en un extraño amasijo algo difícil de ingerir, pero a base de trocearlo con paciencia y ayudarse con cerveza consiguió tragar aquel extraño potingue. Al terminar giró la vista en su derredor y se percató de que estaba siendo cuidadosamente observado por al concurrencia. Sentía una incipiente pesadez de estómago y trató de obviarla apurando de un trago la cerveza que le restaba en la jarra. Al depositarla sobre la barra, todos los observantes coincidieron en una ovación cerrada ante su asombro.
No entendía absolutamente nada cuando, el que parecía ser dueño o encargado del local, salió de detrás de la barra y se dirigió a él estrechándole la mano.
.- Le estoy muy agradecido caballero, espero que ante su ejemplo el personal de este lugar perciba que alguien ha sabido degustar la exquisitez del plato de la casa recién presentado, ya que hasta ahora todos lo habían rechazado al primer bocado. – luego se dirigió a los concurrentes:
.- Ha tenido que ser un turista, un foráneo, el que ha sabido degustar la delicia del plato de la casa. Mi exquisita “alpargata estofada en salsa pocha”.
La pesadez de estómago de nuestro amigo iba en aumento, sobretodo al escuchar la denominación de lo ingerido.
.- Una persona de fuera de nuestra comunidad ha venido a demostraros, incrédulos, como se disfruta con la ingestión de este delicioso manjar, a vosotros de cuya aptitud para lo excelso comienzo a dudar. Pido un aplauso para nuestro visitante por su devoción para…
El estómago comenzaba a emitir pitidos interiores acompañados de insoportables retortijones, cuya puerta de acceso al exterior oscilaba entre la faringe y la situada en retaguardia.
Presionado, más que acompañado, por la plana mayor del posadero fue conducido entre parabienes, a visitar el laboratorio en el cual tenía lugar la producción de la citada primicia. Se trataba de una maloliente habitación en la que podían contemplarse centenares de alpargatas colgadas en unos tendederos de las que escurría un líquido marrón viscoso.
.- Están en la fase de escurrido y secado, tras las cual serán introducidas en la cámara para el estofado…
El olor era insoportable y percibió una riada que le subió hasta la garganta, y no pudiendo contenerse se produjo la expulsión en cascada incontenible.

Estaba sentado en la cama, que había puesto perdida con el regadío, y se restregaba los ojos para espabilarse.
Su mujer le recalcó con sorna:
.- Tú sigue pegándote esos atracones de fabada en Agosto y duerme la siesta después…



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