martes, 28 de septiembre de 2010

La invitación

La invitación.

Se había empeñado en llevarme a comer al nuevo restaurante.
.- Verás, es un local nuevo que acaban de inaugurar dos esquinas más abajo del multicine. Donde antes había una papelería.
.- Ya se que papelería dices, una que una vez me vendió un periódico de hacía tres días.
.- ¿Y no le dijiste nada, yo habría…?
.- ¿Qué no le dije nada…? Bueno, es que se me escapó. Verás me fui con el diario a mi cafetería habitual y agazapado en la mesa del rincón inicié la lectura mientras el camarero me traía el café. Cuando lo trajo, echó una ojeada al periódico y comentó.
.- ¿Qué, buenas noticias…?-no apartaba la vista del diario-
.- Pschh… las de todos los días. Nada interesante. Es que parece el mismo todos los días…
.- Claro, claro…
Comprobé la “primitiva de ayer” y me llevé el sorpresón de verificar que me habían tocado 150 euros. Pagué y me dirigí al lotero a toda velocidad. Metió el boleto en la maquinita y observé con emoción la pantalla. Tras unos instantes apareció el letrerito: “boleto no premiado”. Me quedé tieso e interpelé al lotero: ¡Oiga eso debe estar equivocado, en el periódico dice que he ganado 150 euros, mire…! Entonces don Antonio, el lotero, que es muy buena persona y tiene más paciencia que un santo, se caló unas gafas mínimas, tomó el periódico y señalándome la fecha agregó: ¡Hombre, no compre usted periódicos atrasados, aunque sean más baratos...! A todo esto, se había formado cola y el cachondeo era de órdago…
.- ¿Volverías a la papelería…, no?
.- Hecho una furia, pero se había ido al médico y estaba un niño tras el mostrador.
.- Me ha dicho mi papá que usted volvería, porque se ha llevado un diario de ese montón que son para devolver y a lo mejor no le gusta…
Me quedé mirándole, sin saber si lanzar un berrido o no, y calmado contesté: Pues dile a tu papá que si, que me ha gustado y además no lo había leído. Pero como no he visto su esquela, se lo devuelvo. Y ahora dame el de hoy…
Llegamos al nuevo restaurante.
.- El local me da mosca, porque todo lo que montan aquí acaba cerrado.
Penetramos en el nuevo local y un solícito camarero, algo oriental, nos acompañó a una mesa. A poco vino el que parecía ser el encargado, boli en mano nos entregó una carta de vinos, que parecía la lista de la lotería.
.- No, tráiganos el de la casa y una Casera.
.- Como manjares tenemos conejo estofado, ternera en salsa Orly, lenguado calabrés…
.- Mire tráiganos el conejo, que parece más hispano… ¿no…?
.- Para los dos, -agregó mi amigo-.
Rematamos el almuerzo con un helado de turrón y tras abonar la minuta, salimos a dar un paseo para bajar la comida, en el que se produjeron sendos eructus Magnus , que según Hipócrates son suspiros de satisfacción.+
.- ¿Qué te ha parecido…, aceptable verdad?
.- Bueno, lo que no sabemos seguro es si era conejo o gato…
.- Pues ahora que lo dices, últimamente no se ve un gato por el barrio.

Mi amigo no sabía que yo era supersticioso, bueno un poco, y aquella salvedad se me quedó dentro y de tal manera, que con disimulo y desde ese momento no hacía más que buscar con la mirada algún gato, que rectificase la opinión de mi amigo.
Al regresar a casa, ya con la tarde avanzada saludé a la portera:
.- Buenas noches doña Mercedes, ¿y su gatito, anda por ahí…?
.- ¡Calle, calle, que Manolo y yo tenemos un disgusto…!
.- ¡No me diga que ha desaparecido…!
.- No, que le atropelló un taxi y me lo trajeron reventadito…
Yo tenía que cerciorarme:
.- ¿Lo enterrarían, no…? Pobrecito.
.- Pues si, lo metimos en una caja de cartón y lo llevamos a la Casa de Campo. Allí al lado de un olmo a la derecha entierran a muchos…
.- Animalito, pues les doy mis condolencias.
No me quedé tranquilo y me dije: “Mañana voy a comprobar las sepulturas”

A la mañana siguiente y tras el desayuno, en vez de decir “adios” a la familia,
se me escapó un “Miauu…”, que los dejó con cara de haba.
En la Casa de Campo habían puesto un guarda al lado del olmo de marras. Pregunté el motivo y me aclararon:
.- Es que últimamente hay por aquí mucho meneo, sabe...
Fui al mercado y me eché al bolsillo tres sardinas que robé en la pescadería, me senté en un banco del Parque y me las comí crudas. Perseguí entre los arbustos a una gata en celo que me había enseñado el culo y salí de allí despavorido porque un bulldog la tomó conmigo. Me encontré a mi amigo en la cafetería, con la cara llena de arañazos sorbiendo un tazón de leche. Los dos nos mirábamos con tristeza, decidimos que aquel atardecer nos daríamos un paseíto por los tejados del barrio…




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