Muchas veces, la mayoría, se lanza uno a pasear por esas calles sin destino premeditado, procurando evitar
la ruta realizada el día anterior a fin de realizar la ruta más amena, no solo para solaz de la vista, sino con la esperanza de encontrar algún conocido distinto a los habituales, ya de por si requetevistos.
Ayer sin más, opté por sentarme frente al mar tratando de vislumbrar la isla hermana, que a veces nos honra con su difuso perfil. Andaba por tales cuitas cuando percibí, no muy lejos ubicados, a dos enamorados, precisando macho y hembra, que sin cuita alguna y habilmente enroscados, trataban de succionarse los respectivoa intestinos mediante sus organos bucales. Al separarse, para tomar el aire digo yo, aprecié sus rostros algo amarillentos, como si emergieran de quince metros de profundidad buscando oxígeno tras tamaño sacrificio impuesto, al parecer, por por su mutuo y sorbetón aprecio. Estos chicos, pensé, lo pasan mal.
Tal escena vino a recordarme otros tiempos, a los que llamaré los de los sabrosos portales. En ellos las parejas de turno trataban de localizar aquellos tales que carecían de cierre hermético, o a realizar a altas horas de la noche, a fin de utilizarlos para el tímido ósculo o apretón de desfogue en el momento oportuno.
Bien es verdad que algunos cachondos les aplaudian al descubrirlos y más de una portera apareció escoba en ristre, para calmar la fogosidad de los protagonistas.
Evidentemente aquel romanticismo era menos, digamos profundo, pero muchísimo más divertido.-
domingo, 19 de abril de 2015
Suscribirse a:
Entradas (Atom)