Doña Matilde, el gato y el Pisuerga.
Doña
Matilde era viuda, tenía un gato y vivía en Valladolid, por donde
pasa el Pisuerga. Pero ella no tenía culpa de ninguna de estas
cosas.
No
tenía culpa se ser viuda ya que fué su compañero, don Mauricio,
el que
se ponía morado de Rivera del Duero y un día cayó a la calle
desde un balcón, aterrizando en el otro barrio. Tampoco la tenía
de poseer un gato, impuesto por el citado que empeñaba su tesón en
querer enseñarle a hablar y menos de vivir en Valladolid, por donde
pasa el Pisuerga, por enérgica decisión del susodicho que era
pucelano forofo.
El
mencionado gato lucía un tomo de pelambre así como parduzco tirando
a caca, tenía unos bigotazos enormes y cara de mala leche a tono con
su fallecido protector. Doña Matilde, amén de tenerle algo de
miedo, intentó abandonarlo en un par de excursiones en las que tomó
parte, pero el jodido siempre encontraba la forma de regresar al
hogar, por lo que se resignó a su compañía. En este clima de
convivencia algo molesta se mantenían cuando un día sucedió algo
inesperado. Resulta que tras situar en el platito del animal su
ración diaria de leche, y cuando abandonaba la cocina, escuchó una
enfadada voz que decía : “No me gusta la leche desnatada...”
Giró
la vista hacia el gato que estaba tieso frente al alimento y la
miraba descaradamente. Se dijo que lo había imaginado probablemente
y que era un lapsus e intentó seguir su camino, pero de nuevo
escuchó el aviso: “He dicho que no me gusta la leche
desnatada...”. Miró al gato de nuevo y le vió abandonar la cocina
sin haber tocado el alimento. Aquello era demasiado..., solo pasaban
estas cosas en Valladolid, por donde pasa el Pisuerga.
Pasó
la tarde con unas amigas, pero con la cabeza en otro sitio. ¡Mira
que si el jodido Mauricio había conseguido hacer hablar al gato...!.
Optó por comprar las dos clases de leche y servírsela en dos platos
por separado para ver la reacción del animal. Así lo hizo al día
siguiente observando con estupor que el minino se zampó de un largo
trago la nomal y echó una meada sobre la desnatada. Cuando estaba de
espaldas volvió a escuchar. “Menos cachondeo...” Total que la
pobre alucinaba. No dándole más importancia a la cosa continuó su
trayectoria, pero un día se le escapó una advertencia al chico del
super, al que precisó:
“No
me pongas leche desnatada que a mi gato no le gusta y ya me lo ha
dicho dos veces”. Ni que decir tiene que el discreto dependiente
se encargó de que la noticia volara mas que corriera por el
vecindario, de forma que un día al solicitar un cortado en la
cafetería, el camarero con sorna le dijo:
̶
¿Es para Vd o para el gato...? lo digo por lo de la leche...
Las
amigas de Valladolid, por donde pasa el Pisuerga, le visitaron
instándola a que hablara el gato, ¿Cómo te llamas guapo...?,
¿cuántos años tienes...?, pero que si quieres arroz..., el minino
no tragaba y las miraba sorprendido.
Al
parecer el gato solamente hablaba en privado y cada vez era más
exigente, poniendo los nervios de punta a doña Matilde, quien un día
en el colmo de su amargura a pleno grito y tomando el gato en sus
brazos exclamó: “Eres como él y mereces igual fin, cabrón...”
y lo tiró por el balcón.
Gracias
al gato se descubrió el crimen. Estas cosas solo pasan en
Valladolid, por donde pasa el Pisuerga.